jueves, marzo 04, 2004

/Bellas proletarias







Hoy me ha salvado la vida un desconocido asiéndome del brazo en el último momento cuando un bólido me iba a lanzar a varios metros de donde estaba. Estaba y no estaba, ya no lo sé, pero no me importa. El buen hombre me preguntó si me encontraba bien y le contesté que bueno, que ya había estado de todas las maneras posibles, más bien y más mal también. Luego me invitó a tomar algo y tenía hambre, mucha, así que acepté. Se interesó por mi y al calor de un buen café yo puedo contar lo que no está escrito. Creo que me confesé con él. Al fin y al cabo con un desconocido es la mejor manera de proteger tu integridad y confesar hasta la muerte de Manolete. Al principio él también se me quiso confesar y así me coló que se llama Ariel Pérec, no sé qué de que había estado viviendo en un kibutz en el desierto del Negev, que su familia era toda laborista y que él mismo había combatido en los Altos del Golán contra Hizbulá y los palestinos del Sur del Líbano. Me parece que le miré con un profundo vacío y que me dolió más que a él mismo. Pero siguió contándome que trabajaba en una emisora de radio que emitía en ladino, decía que lo había dejado todo y que con lo puesto y poco más se había largado, que no soportaba lo que está haciendo Sharon y que se piraba, que había ido a ver a su madre, a despedirse y que ella le había alargado una llave de la casa que había tenido la familia en Toledo, que la buscase y que la airease en honor de los mayores y de elohim por siempre. Cuando me lo estaba contando tenía una mirada como extraviada pero fue algo fugaz. No le di tiempo para que siguiera contando algo más, el necesitado era yo así que sin venir a cuento se lo largué todo mientras comía los bocadillos que fui pidiendo al barman que de muy mala gana me los ponía, todo el tiempo preguntando al tipo éste que si los ponía o los dejaba de poner, un perfecto lacayo del sistema, como un perro de guardia. No sé por dónde empecé, lo de siempre ¿qué te cuento, lo de ahora mismo que estoy jodido y sin un duro, vuelvo a ser Peculiar Ninguém y nadie me mira a la cara, o lo de hace sólo diez años cuando estaba en la cresta de la ola, me creía Kid Creole con las Coconuts incluidas y tocaba el saxo en las fiestas con los amigos? Aquella alegre muchachada que bullanguera pululaba por los antros más adorables de cualquier ciudad, o más lejos hace veinte años y los apuros otra vez, el inicio del libro de haikus que siendo Petrus Nombela tuvo lugar en un antro oscuro y húmedo. Bellas proletarias, las palabras, siempre le habían parecido las más hermosas herramientas para cambiar el mundo, había que encontrar las mejores para que en un espacio tan reducido como las cinco, siete y cinco sílabas del haiku fueran capaces de provocar un explosión de imágenes en el cerebro, al ser leídas en voz alta o mentalmente, que las ineludibles réplicas lograran conciliar al lector consigo mismo como si hubiese paseado por un jardín cen suspendido de un arnés. Por supuesto no quiso ser él el que tuviera que tomar la decisión y a mi me pareció bien, al fin y al cabo el que se estaba confesando era yo. Cómo le podía contar que hace veinte años estaba en un arrabal de cualquier sitio con todo lo que tenía encima y la firme intención de escribir el libro total, ese libro único y torrencial que todos queremos escribir. También tenía todo el tiempo del mundo y deambulaba por ahí viendo a la gente y charlando. Bebía y charlaba, cantaba y escribía procurando operar lo mínimo sobre el silencio, con el metro del haiku tenía suficiente, y el mundo va a cambiar. Salid! Divinas/a este inhóspito/ruedo del vicio. Escribía y tenía problemas para saber quién era, la mayoría me conocía como como Petrus, Petrus Nombela, pero para otros era Pedro Nicea y para otros Meter Neuman, al respecto había escrito algo que me repetía de vez en cuando. Llevo una vida entera luchando contra legiones de albertos, con muchedumbres de roberto, con gualbertos, adalbertos y norbertos, rigobertos e incluso alfredos un poco sordos. Una vida entera consumida en la estúpida pretensión de disfrutar de mi propio nombre, con el que me conocen los que me rodean, e incluso con el que trabajo para la administración. Un nombre sencillo, que recuerda a todos los que mencioné y alguno más que se me olvida, seguro, pero un nombre en toda regla, que no me viene ancho como un Kevin o un Jonathan, ni estrecho como un Ivy o un Usmade. Un nombre de carne y hueso para, después de despedazarlo, quedar un rato regodeándose. Con regusto a anises, no sé. Mamerto , Mamerto por parte de abuelo paterno, Mamerto para siempre, Mamerto dormido y Mamerto despierto. Mamerto del derecho y Mamerto del revés. Una suerte de yo mismo que me acompaña como una bandera claro que yo me conozco simplemente como yo o mí, o me o conmigo si me apuras. La verdad es que prefiero que me llamen Mamerto antes que cualquier otra cosa pero también, ya que tanto se confunden con el nombre, tengo que reconocer que en ocasiones me invento nombres para que no me den tanto la vara y así soy simultáneamente Mamerto y el otro, Mamerto y Juan Luis, Mamerto y Pedro, Mamerto Carlos y Elías, Mamerto y los Tres Sudamericanos, Mamerto y Tino, y yo que me parto de risa por culpa de mi abuelo. Él debió flipar después de la retahila pero me salía de un tirón. No le dí tiempo a que reaccionara y mientras íbamos hacia el parque a sentarnos un rato a fumar un cigarro continué hablando como una cotorra, estaba hasta algo cansado pero no quería dejar pasar la oportunidad de encontrar alguien que te escucha. Creo que me entendió porque hablaba bastante bien el español.