jueves, febrero 17, 2005


Nuria FiguerasPoesía visual: utopía, lenguaje y materialidad (I)

No podremos avanzar en la comprensión del fenómeno histórico y estético de la poesía visual, si no centramos nuestro análisis en su componente material. Independientemente de su importancia dentro de los movimientos de vanguardia de este siglo, o de sus repercusiones literarias y sociales, la poesía visual es la concreción de una búsqueda milenaria, de una vocación utópica presente a lo largo de la historia en muchas culturas. Los poetas visuales del siglo XX, nos hemos enfrenta-do al reto milenario de “materializar la poesía”. Y en honor a la verdad, hay que decir, que lo hemos conseguido.

Obra de arte

Este viaje desde el mundo de las ideas a la mas contundente materialidad, ha llevado a la poesía a profundizar en sus componentes plásticas, y a desarrollar su especificidad sonora. Y al poema, al status de obra de arte. Todo este proceso ha tenido lugar dentro del fenómeno de los movimientos de vanguardia del siglo XX, conviviendo con las principales corrientes de transgresión y ruptura dentro de la pintura, la arquitectura, la escultura, el teatro, la música, etc... Entre estas corrientes de las nuevas formas de arte, hay una paralela y del mismo sentido (algunos artistas fluxus), y otra paralela también, pero de sentido totalmente contrario.

Esta última es la que se concreta en el proceso de la abstracción-desmaterialización-conceptualización, que vertebra al arte de vanguardia en el terreno de la plástica de todo este siglo. Es la que, desde los años sesenta se engloba en la denominación “arte conceptual”.

Aunque en la práctica, esta corriente nace de una aspiración diametralmente opuesta a la que está en el origen de la poesía visual, determinados productos de su etapa final (minimalismo, conceptual linguístico, etc...) pueden confundirse con algunas prácticas de la poesía visual, lo que ha dado lugar a una considerable confusión. Para algunos críticos e historiadores del arte, formados en la tradición anglosajona que defienden una interpretación del arte del siglo XX, basada en esa línea, la poesía visual solo sería una forma inhábil, equivocada o como mucho “primitiva”, del “arte conceptual”.

Materialidad

La realidad objetiva y simple, es que la poesía visual es todo lo contrario de cualquier forma de minimalismo. Sólo puede ser entendida como un maximalismo: como una aspiración desmesurada, pantagruélica, insensata, imposible, desconsiderada, totalizante, abusiva, contradictoria, impertinente, incalificable, obsesiva, descontrolada, engreída, pretenciosa... Esto es, como un planteamiento utópico propio -y típico- de toda vanguardia radical, estética o no.

En otras palabras, todo lo contrario de una poesía abstracta. Mas bien, una poesía-objeto; una poesía concreta, material, elemental, en la que la visualización nos ofrece la arquitectura, el color, el tacto, el sabor incluso...de los distintos sistemas de signos. Un arte de ideas materializadas.

El hecho de que, a la búsqueda de esa concreción, se haya trabajado habitualmente con componentes elementales, moleculares, del lenguaje, no se debe a una vocación de renuncia, de elementalidad o de minimalismo propiamente dicho. Es una respuesta proporcionada a las leyes de la visualidad y a los imperativos de lo plástico.

Modernidad

A estas alturas del Siglo XX, empieza a ser una necesidad inaplazable, deslindar los distintos componentes fundamentales de la modernidad, tal como han quedado fijados en la historia de los últimos cien años. Y a la hora de hacerlo, no podemos tener sólo en cuenta los que han primado en los últimos cuarenta años en los países anglosajones (y especialmente en USA). Sobre todo porque de cara al próximo milenio tenemos que trabajar a partir de las aportaciones mas idóneas (las que son en primer lugar, auténticas, no deformadas por intereses, modas, o afanes personalistas), y las que mejor interpretan nuestra propia evolución social, y las necesidades inmediatas. Es hora de reclamar el derecho al maximalismo sin complejos. Aunque ello suponga internarnos en el terreno -minado y laberíntico- de lo barroco, con las sirenas de la trascendencia, lo simbólico y lo mítico lanzando sus cantos enervantes.

En ese deslinde, la poesía visual realizada en España en los últimos treinta años aparece como una producción que aúna lo cultural, lo estético y lo ideológico, en una síntesis específica del pensamiento visual de la modernidad. Y que, aunque ya haya alcanzado el status de un género, sigue conservando un alto grado de innovación y renovación en su seno. Un grado de radicalidad suficiente para seguir estando en vanguardia también en el siglo XXI.

En cualquier caso, la poesía visual, como el resto de los géneros descubiertos y habilitados por la vanguardia y la experimentación (poema sonoro, poema acción, poema objeto, etc...) está ya por derecho propio, con protagonismo total en la historia presente. Ni siquiera los poetas visuales somos ya sus dueños: Como en el poema de Manuel Machado sobre la copla, ahora sus dueños son los que la hacen suya, los que la reconocen sin saber quienes fueron sus evangelistas.
Fernando Millán
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