viernes, marzo 24, 2006




ROBERTO M. QUIROGA
Desde «A pie de barrio» hemos estado muy pendientes de lo acontecido en los últimos días con la reciente polémica sobre el «botellón». Como red vecinal para la promoción de la salud que lleva más de dos años desarrollando un amplio abanico de actividades en torno a la promoción y educación para la salud, nos vemos en la obligación de aportar una visión más a este entuerto social.
Nadie discute que el «botellón» se puede considerar una forma de expresión de nuestra juventud. Sí cabría hacer una primera matización dentro del mencionado término «juventud», ya que, según narró la prensa en los últimos días, los «botellones» organizados en ciudades del sur de nuestro país venían promovidos principalmente por «jóvenes universitarios» a los que posteriormente se les unieron otros «jóvenes de menor edad» (desconozco si el de Gijón fue igualmente promovido por universitarios). Esto me obliga a hacer una primera valoración y es que podemos hacer la misma lectura de un «botellón» organizado por chicos y chicas de 15 o 16 años que otro organizado por, ya no tan chicos, de 20 o 25 años. Y es que entiendo que la etapa universitaria es un momento de plenitud y desfogue, pero también es una etapa en la que ya definitivamente perfilamos nuestra personalidad, nuestros conocimientos y nos encaminados a lo que posteriormente será nuestra madurez. Por tanto, es una etapa de mucha responsabilidad y aquí es donde tenemos el primer vacío de toda esta cuestión: la «conciencia o responsabilidad social», y es que tenemos que tener muy claro que, si a nuestros universitarios no se les ocurre otra forma más ingeniosa de organizar una fiesta de fin de curso o de fin de exámenes o simplemente de fin de semana, sin aportar nada más, ni un concierto, ni una exposición, ni una charla, ni un concurso de la temática que se quiera, ni una reivindicación (algo se nos podía pegar de los franceses...), ¿qué vamos a esperar que hagamos chavales que de aquí a un par de años van a recalar en las facultades...?
Debemos tener claro que formamos parte de un colectivo y que lo que nosotros hagamos influirá en los que vengan detrás. Igual que le influye a un niño lo que le diga o haga su padre, o a un educando lo que escuche de su profesor.

Tampoco debemos culpabilizar a los universitarios de los «botellones», ya que, continuando con el hilo argumental expuesto anteriormente, las «macro reuniones» al aire libre en torno a algún tipo de bebida alcohólica no es nada nuevo en nuestra sociedad. La fiesta de la sidra, las fiestas de «prau» en general... son igualmente actividades sociales fuertemente arraigadas; por tanto, también nos tenemos que parar a pensar qué les estuvimos enseñando a los ahora universitarios durante las décadas pasadas sobre los modelos de ocio y disfrute del tiempo libre (responsabilidad social).

Igualmente ocurre hoy día con los niños que se pasan los fines de semana a la puerta de una sidrería. ¿O es que ninguno ha visto a un chiquillo de 5 o 6 años a la una de la madrugada a la puerta de una sidrería mientras sus padres apuran la última botella del delicioso zumo? ¿Qué argumento tendrán ese padre o esa madre para con su hijo cuando éste, harto ya de pasarse las tardes y las noches a la puerta del bar, les plantee a sus progenitores que él también quiere hacer lo mismo, pero con sus amigos... Responsabilidad social, señores.
A todo esto unimos que la promoción de la salud sigue sin ser una actividad curricular en los centros educativos, a pesar de los esfuerzos de organismos como la Fundación Municipal de Servicios Sociales de Gijón o la Consejería de Salud del Principado de Asturias. Los programas que ofertan siguen estando a merced de quien los quiera llevar a cabo (es decir, de la responsabilidad social de cada educador). Lo que indica que la promoción de la salud sigue siendo algo secundario en los centros educativos, ya que, visto lo visto, no se entiende cómo no es ya una asignatura más para los jóvenes. El argumento es bien sencillo, si un joven no conoce los límites de su cuerpo, es decir, no sabe estar en «salud» (no solo referido a la ausencia de enfermedad), es imposible que sepa manejarse con responsabilidad en situaciones como un «botellón». De ahí que los jóvenes vivan dos realidades totalmente distintas a cabo del día: una en su centro educativo, otra en la calle y con sus familias. Como educadores que somos todos (políticos, legisladores, padres, madres, empresarios), tenemos la obligación social de tomar cartas en este asunto, desde una perspectiva multidisciplinar y transversal, para poder dar las herramientas necesarias a las nuevas generaciones con el fin de que aprendan a convivir con lo que les rodea sin que por ello se dejen la salud en el intento.
Desde «A pie de barrio» pedimos que se haga una lectura amplia sobre el «botellón» y sus consecuencias, que no es sólo responsabilidad del chaval que se bebe el «calimocho» o del policía que certifica que tiene la edad para hacerlo. El análisis es mucho más amplio y complejo y, por mucho que neguemos la evidencia, aquí tenemos todos nuestra parte de responsabilidad y compromiso (social).


Roberto M. Quiroga, coordinador de «A pie de barrio» (Asociación de Vecinos «Arena», Gijón).