martes, abril 04, 2006

El segundo aire de Ismaíl Kadaré: Cantos fúnebres de la Europa salvaje



La obtención del primer Man Booker Prize y la llegada de sus últimos libros en traducción castellana reafirman la vigencia de este autor albanés que ha sabido escapar a la etiqueta de "escritor anticomunista". A comienzos de los noventa, cuando la atención mundial volvió a centrarse en la Europa salvaje, como se le llamó a la zona de los Balcanes, Ismaíl Kadaré (1936) se convirtió en uno de esos autores que había que leer.

Publica El Mercurio en su edición del 31/3/2006

Por Álvaro Matus

Sus novelas hablaban de códigos de honor ancestrales, reparticiones geográficas tan arbitrarias como sangrientas y de un nacionalismo étnico más arraigado que las montañas. El general del ejército muerto, escrita a los 27 años, es la historia de un general italiano y un cura católico que, veinte años después de la Segunda Guerra Mundial, son enviados a Albania para repatriar los cadáveres de los soldados fascistas. En “Tres cantos fúnebres por Kosovo” (1998), recrea la batalla en la que una coalición formada por serbios y rumanos fue aniquilada por las tropas del sultán Murad, iniciando cinco siglos de dominio otomano. En “El expediente H.” (1981), en tanto, un par de profesores norteamericanos viaja a la remota ciudad de N. para investigar la conexión de la Ilíada y la Odisea con la poesía épica albanesa. La grabación de los cantos de los rapsodas provoca la desconfianza de las autoridades comunistas, que sospechan que los jóvenes académicos trabajan para el FBI. El puzzle lo completan los nacionalistas serbios, dispuestos a todo con tal de impedir que se les atribuya a los albaneses la paternidad de la epopeya homérica.

Como Kundera unos años antes, Kadaré se instaló rápidamente como el escritor que arrojaba luces sobre ese mundo desconocido, que se agitaba y desangraba y moría a vista y paciencia de todo el mundo. La acción del Estado todopoderoso sobre el ciudadano de a pie, los conflictos con los pueblos vecinos que se dicen aliados y el absurdo que encerraba la utopía de la sociedad perfecta eran temas que el escritor albanés venía narrando hace treinta años. Sin embargo, cuando el conflicto en la ex Yugoslavia perdió intensidad y Albania dejó de ser noticia como "el país más pobre de la órbita socialista", la exposición pública del autor disminuyó abruptamente.

Con todo, su nombre se ha mantenido por más de una década entre los finalistas al Premio Nobel y a fines del año pasado obtuvo uno de los mayores reconocimientos que existen a la trayectoria literaria: fue elegido en Inglaterra como el primer Man Booker Prize, derrotando a candidatos tan fuertes como Kenzaburo Oé, Gabriel García Márquez, Günter Grass, Ian McEwan, Philip Roth y Antonio Tabucchi.

Después de una década viviendo en París, el autor volvió a Tirana, la capital albanesa, el año 2002. Recluido en su hogar, junto a su esposa y sus dos hijas, ha seguido escribiendo con la misma ironía y profundidad de antes. “Frente al espejo de una mujer” y “Vida, representación y muerte de Lul Mazreku”, sus dos últimas ficciones, dan prueba de ello.

En varias oportunidades Kadaré ha dicho que no llegó a la literatura desde la libertad, sino a la libertad desde la literatura. La frase se entiende mejor después de echar un rápido vistazo a su trayectoria: tras estudiar Historia y Filología en la Universidad de Tirana, obtuvo una beca en el Instituto Gorki de Moscú, donde intentaron explicarle que Shakespeare y Flaubert eran decadentes. "En Moscú me di cuenta enseguida que sabía más de literatura que mis profesores. Mi visión era mucho más profunda y justa que la de los burócratas, que no paraban de repetir los méritos del realismo social. Cualquier texto que se apartara lo más mínimo de esta línea oficial era considerado mórbido", expresó a la revista "Label France".

En 1960, poco antes de que se cortaran las relaciones entre Albania y la Unión Soviética, Kadaré volvió a Tirana y comenzó a trabajar como periodista cultural. Días de café y El general del ejército muerto, sus primeras novelas, lo situaron como el autor más importante de la nueva generación. Pero el éxito - agotaba ediciones en un fin de semana- lo volvió visible. Demasiado visible. El dictador Enver Hoxha, hombre culto y con pretensiones literarias, sostendrá a partir de entonces una ambigua relación con él. Libertad y control; privilegios y sumisión. Podría decirse que Hoxha sigue sus pasos personalmente. La tercera novela de Kadare, “El Monstruo” (1965), es censurada. Y como parte del plan de reeducación, lo envían al campo para "convivir con el pueblo". Más tarde ocurre algo desconcertante: a modo de privilegio, Hoxha lo incluye en las listas electorales del régimen sin siquiera consultarle. En 1970 Kadaré es electo diputado.

Buena parte de estas experiencias se transformarán en la base de Frente al espejo de una mujer (2001, Alianza), volumen compuesto de tres relatos que el autor define como micronovelas. "El vuelo de la cigüeña" puede leerse como un homenaje a Lasgush Poradeci, poeta que Kadaré admira sin reservas, pues encarna la figura del escritor que lo arriesga todo por ser fiel a sí mismo. "El jinete con halcón", a su vez, se plantea como un enigma: ¿qué relación hay entre un arquitecto enfermo del hígado, un conde fanático de la caza, un joven traductor del yugoslavo y una pintura medieval robada en Escandinavia? Además de descifrar el misterio, el relato sintetiza de modo satírico cómo Albania pasó de los italianos a los alemanes, y de ahí al comunismo, en apenas siete años.

Escritores serviles

El relato más logrado, corrosivo y sin duda autobiográfico del libro es "La historia de la liga albanesa de escritores". El narrador es un joven aspirante a escritor que sueña con acostarse con Margarita, una prostituta que vive a unos pasos de la Liga de Escritores. Las fantasías dominan toda la primera parte del relato, marcado por una sensualidad ondulante que incorpora tanto las ligas negras o los calzones de encaje, como una malla de manzanas, un vaso de cerveza y las uñas de los pies esmaltadas.

El suave erotismo no demora en ser interrumpido por el conflicto político: el "Partido" realiza un pleno para analizar el relajamiento del espíritu revolucionario. Al protagonista lo critican por escribir unos artículos sobre Hemingway y Marilyn Monroe, dos suicidas que nada tienen que ver con el optimismo de la vida socialista ni con los logros de la literatura china o vietnamita. La bebida, las mujeres, la ropa y la poesía hermética son los grandes enemigos del arte albanés, sentencian los jerarcas, mientras el narrador ve que sus posibilidades de visitar a Margarita se difuminan en la niebla.

Al narrador lo destinan a la ciudad de B., pero el trabajo en una fábrica textil no hace más que acentuar su autonomía y excentricidad, quizá las mejores armas para luchar contra la vulgaridad de los burócratas, la seriedad del partido, la crueldad del destino.

Su monólogo interior, por supuesto, trasciende la realidad socialista: "Durante un rato mis ojos quedaron clavados en las corbatas torpemente apretadas en torno a los cuellos enflaquecidos. Había algo insufrible en aquella relación entre cuello y corbata. Me pareció que esos nudos expresaban con mayor claridad que ninguna otra cosa nuestra degradación. (...) Tal vez en realidad nosotros no fuéramos escritores, sino sucedáneos de escritores, lo mismo que aquel sucedáneo que se tomaba en lugar de café durante la época de la guerra".

Es frecuente que Kadaré combine la descripción realista con la confusa atmósfera de los sueños y los mitos. En “Spiritus”, “El nicho de la vergüenza” y la reciente “Vida, representación y muerte de Lul Mazreku” (2002) los saltos de tiempo son habituales y los espectros se pasean con la misma soltura que los personajes de carne y hueso. El autor, eso sí, ha descartado de cuajo practicar un realismo mágico a lo García Márquez: "Los latinoamericanos no han inventado el realismo mágico. Siempre ha existido en la literatura. No se puede concebir la literatura mundial sin esa dimensión onírica. ¿Se puede acaso explicar La divina comedia de Dante, sus visiones del infierno, sin apelar al realismo mágico? Lo mismo ocurre con Fausto, La tempestad, El Quijote y las tragedias griegas en las que siempre se entremezclan el cielo y la tierra. ¡Me sorprende la ingenuidad de los profesores universitarios que creen que el
realismo mágico es una característica de la ficción del siglo XX!".

La fantasía de Kadaré está mucho más relacionada con Homero, Esquilo y Virgilio, clásicos cuyos dramas se cuelan, como un rumor, en cada una de sus novelas. “Vida, representación y muerte de Lul Mazreku” (2002, Alianza) es la historia de un aspirante a actor que reclutan para el servicio militar en Saranda, al borde del Adriático. Su misión será impedir las fugas hacia Grecia, uno de los problemas más graves del gobierno. Un comandante homosexual, una hermosa espía, el jefe de inteligencia y un par de conscriptos completan esta sátira que actualiza la Ilíada. Como una forma de atemorizar a la población, por ejemplo, las autoridades deciden arrastrar el cuerpo de un fugado por las calles del balneario, tal como Héctor fue arrastrado a manos de Aquiles. Además, al frente del regimiento se encuentran las ruinas del teatro de Butrinto, en el mismo islote donde Eneas, el príncipe troyano, desembarcó para seguir rumbo a Roma.

A medida que pasan las páginas la novela va ganando acidez, uno de los sellos distintivos del Kadaré de los últimos años. La explicación que da el comandante del regimiento permite hacerse una idea: "Yo, como oficial de fronteras, tengo al respecto mi propio punto de vista, que es más simple. Todo eso no es más que una historia de fugas que viene durando desde hace tres mil años (Lul hizo esfuerzos por secundar su risa). La única diferencia consiste en que entonces, quiero decir en tiempos de los troyanos, ellos huían de allá para venir aquí. Y ahora sucede al revés".

Como si tuviera en su mano el espejo de Homero, Kadaré insiste en mostrar que los problemas actuales reproducen los conflictos de la antigüedad. La diferencia radica en el heroísmo, el coraje, el sentido del honor. Los personajes de Kadaré, débiles, excéntricos, pero sobre todo ambiguos, sólo piden que se les comprenda. Son humanos.