lunes, junio 26, 2006

Bloomsday 2006: Por el camino de la contingencia (Apuntes sobre el “Ulises” de James Joyce).



Desde el año 1954, la ciudad de Dublín festeja el “Bloomsday”, aniversario del día en que se desarrolla la acción del “Ulises” de James Joyce, una de las novelas más ambiciosas y complejas del siglo XX. Desde entonces, cada 16 de junio la capital irlandesa celebra una nueva jornada dedicada a recordar aquella fecha, quizá la más famosa de la historia de la literatura. Simposios, congresos, conferencias, representaciones y actos especiales se dedican por completo al estudio y la exaltación de una de las obras de arte más significativas de la modernidad.

Redacción Actualidad Literaria

Por Ernesto Bottini

Si bien la historia de la literatura está marcada por ciertos miliarios, boyas, cruces, faros e hitos de todo tipo, el contenido del trayecto que marcan estas señales se resiste, a diferencia de la ciencia y sus textos canónicos, a la simple genealogía lineal. El discurso de las propias obras fundacionales, de aquellas que inauguran maneras de narrar que luego se incorporarán al saber literario de forma extendida, suele escapar a la fosilización escolástica, poniendo en funcionamiento un sistema de aplicaciones y referencias que tienden a la dispersión o la fuga. Ayuda la topografía de manual, quizá, a la rápida asimilación de un continuum inabarcable. Pero en poco contribuye al conocimiento de la auténtica textura del camino.

El caso de “Ulises” (publicado por primera vez en París por Shakespeare & Co., en 1922) es uno de estos huidizos puntos de inflexión en la travesía literaria. Entre sus múltiples innovaciones, “Ulises” es la primera obra en prosa urdida, como resultado de su método creativo, a partir de la acción contingente de los personajes, de lo fortuito, del azar. Lo inesperado surge en un contexto cotidiano (la ciudad de Dublín), referenciado hasta en su último detalle, desplegando una precisa cartografía. Para ello era necesario, paradójicamente, que todos sus elementos estuviesen trenzados con rigor técnico. James Joyce (1882-1941) se propuso “la tarea técnica de escribir un libro desde dieciocho puntos de vista y a la vez estilos”, creando una obra que “es la epopeya de dos razas (israelí-irlandesa) y al mismo tiempo, el ciclo del cuerpo humano; así como también el relato de un día... y es, igualmente, una especie de enciclopedia. Mi intención es transformar el mito subespecie tempori nostri. Cada aventura, es decir, cada hora, cada órgano, cada arte, entrelazado e interrelacionado en el esquema estructural del todo no sólo debe determinar su técnica, sino aún crearla”. Los capítulos y partes de la novela responden, por tanto, a una compleja serie de elementos simbólicos, algunos relacionados con series externas a la propia novela (cada capítulo respondiendo a un personaje y episodio de la Odisea, así como a un estilo literario), y otros articulados dentro de la propia estructura (una disciplina artística, un color, un órgano, una hora del día, una técnica narrativa, etc.).

Una odisea moderna

Siguiendo las huellas de Homero, y seguramente las peripecias de los héroes de las sagas nórdicas (Joyce manejaba el noruego “literario”, y el antecedente de “Retrato del artista adolescente” se llamaba “Stephen el héroe”; Dublín, por otra parte, había sido una ciudad danesa), se abre un pasadizo para contar el “tiempo y el mundo” en el que vive (el comienzo de un siglo y un paradigma artístico nuevo), eso que denominaba el “tempori nostri”, la subespecie de mito, el tipo de palabra o discurso propio de una “época”. La aventura ya no consistía en el encuentro siempre desafiante del hombre con el medio, como entes diferenciados que se relacionan: sujeto-realidad. El viaje del héroe, a principios del siglo XX (16/6/1904), se produce en el ámbito de la conciencia, en el interior, reelaborando la forma de concebir la relación entre el arte y la realidad. El componente trágico, en los personajes de “Ulises”, se desarrolla en su propia mente, como único decorado y paisaje posible. Leopold Bloom, su protagonista, deambula por las calles de la ciudad buscando anunciantes para el periódico en el que trabaja, The Freemans Journal. Parte de su larga jornada es acompañado por el joven poeta Stephen Dedalus. Molly, su esposa y renombrada cantante de Dublín, le es infiel durante sus largas ausencias. El hijo que tuvieron entre ambos, Rudy, murió a los pocos días de nacer, dejando una pronunciada distancia entre ambos, materializada en la abstinencia sexual de la pareja.

“Ulises –escribe Piero Boitani en su imprescindible La sombra de Ulises- constituye lo que ciertos críticos contemporáneos llaman discurso de la civilización occidental, y ciertos historiadores, imaginario de larga duración; en otras palabras, un arquetipo mítico que se desarrolla en la historia y la literatura, cual logos cultural constante. Parafraseando a Bernard Andrade, Ulises representa la arqueología de la imagen europea del hombre” (...) “La capacidad de Ulises para atravesar todas las épocas se explica porque desde los orígenes es un signo –en el plano cultural, el signo de toda una episteme-” (...) “Desde este momento, y cada vez que emprenda este viaje, será signo. Cada cultura es libre de interpretarlo como tal dentro de su propio sistema de signos, atribuyéndole un valor que se basa, por una parte, en las características míticas del personaje y, por la otra, en los ideales, preguntas y horizontes filosóficos, éticos y políticos de esa civilización” (...) “Ulises es signo porque expresa un sentido y no denota un significado. Esta distinción se la debemos a Gottlob Frege, fundador de la lógica matemática moderna, para quien el significado de un nombre propio es "el objeto que nosotros indicamos con él", mientras que la representación que tenemos del mismo es completamente subjetiva y el sentido se sitúa entre el uno y la otra”.

Los escritos de Friedrich Schlegel profundizaron en el estudio de la literatura a partir de consideraciones filosóficas. Al tratar sobre la confrontación de la epopeya con la tragedia, poniendo de relieve el comportamiento de los héroes, Schlegel dice: “La idea de una necesidad natural incondicional, el destino, como lo presenta la tragedia, fue desconocida para Homero. El caudal de lo infinito está aún en él en estado letárgico, como en el alma del mancebo, antes de que el brote se haya desarrollado hasta florecer en juvenil entusiasmo”. Este caudal de lo infinito, que percibimos definitivamente en los personajes de “Ulises”, es uno de los principales rasgos que permiten situar al texto en la protohistoria de la literatura moderna.

Arnold Hauser, en la última parte de su monumental “Historia social de la literatura y el arte”, denominada “Bajo el signo del cine”, dedica varios pasajes a desarrollar las implicaciones profundas de la obra de Joyce en el pensamiento moderno, especialmente sobre las coordenadas filosóficas rupturistas de la concepción espacio-temporal “clásica”: “La eliminación del argumento es seguida por la eliminación del héroe. En lugar de una afluencia de acontecimientos, Joyce describe una fluencia de ideas y asociaciones; en lugar de un héroe individual, una corriente de conciencia y un monólogo interior infinito e ininterrumpido. El acento se pone siempre en la falta de interrupción del movimiento, en la continuidad heterogénea, en la pintura caleidoscópica de un mundo desintegrado. El concepto bergsoniano del tiempo experimenta una nueva interpretación, una intensificación y desviación. El acento se pone ahora sobre la simultaneidad de los contenidos de conciencia, la inmanencia del pasado en el presente, el constante fluir juntos los diferentes períodos de tiempo, la fluidez amorfa de la experiencia interna, la infinitud de la corriente temporal en la cual es transportada el alma, la relatividad de espacio y tiempo, es decir la imposibilidad de diferenciar y definir los medios en que el sujeto se mueve. En esta nueva concepción del tiempo convergen casi todas las hebras del tejido que forman la materia del arte moderno: el abandono del argumento, del motivo artístico, la eliminación del héroe, el prescindir de la psicología, el método automático de escritura y, sobre todo, el montaje técnico y la mezcla de las formas espaciales y temporales del cine”.

El escritor y crítico literario Edmund Wilson, quizá quien mejor ha desentrañado la propuesta de “Ulises” y su significación en la historia de la literatura, es autor de un texto de referencia sobre el asunto, incluido en el libro “El castillo de Axel”. En esa lectura insoslayable, Wilson proponía: “La clave del ‘Ulises’ está en su título, y esta clave es indispensable si hemos de apreciar la hondura y alcance reales del libro. Ulises, tal como figura en la ‘Odisea’, es el griego medio típico en cuanto a inteligencia: entre los demás héroes, se distingue por un saber astuto más que exaltado, y por el sentido común, la rapidez y el nervio, más que, digamos, por la bravura de un Aquiles o la firmeza y corpulencia de un Héctor. La ‘Odisea’ presenta un hombre así prácticamente en todas las situaciones y relaciones de la vida humana ordinaria: Ulises, en el curso de sus viajes, pasa por los peligros y tentaciones de pruebas y sobrevive a todas ellas por el recurso de su agudeza, hasta volver a su hogar y familia y reafirmarse allí como dueño. La ‘Odisea’ proporciona así un modelo clásico al escritor que intenta una épica moderna del hombre ordinario, un modelo particularmente atractivo para el escritor moderno a causa de la efectividad evidentemente calculada, la evidente sofisticación, de su forma” [...] “Pero Joyce, en el ‘Ulises’, no sólo se propuso transmitir, con la máxima exactitud y belleza, las visiones y sonidos entre los que se mueve su gente, sino que, mostrándonos el mundo tal como sus personajes lo perciben, hallar el vocabulario y ritmo únicos que representasen los pensamientos de cada cual” [...] “Joyce nos hace así penetrar directamente en la conciencia de sus personajes, y a este fin se valió de unos métodos que Flaubert nunca soñó: los métodos del simbolismo”[...] “Joyce es realmente el gran poeta de una fase nueva de la conciencia humana. Como el mundo de Proust o el de Whitehead o el de Einstein, el mundo de Joyce cambia siempre según sea percibido por observadores distintos y aun por éstos en distintos momentos. Es un organismo compuesto de ‘hechos’, que puede tomarse como infinitamente completo o infinitamente pequeño; y cada uno de estos hechos supone todos los demás y es a la vez único”.

El teórico John Lechte introduce matices sobre la lectura en clave exclusivamente homérica de la obra de Joyce: “Aunque la Odisea de Homero –y el catolicismo- ofrecen una especie de ancla para el texto, es completamente provisional. Lo que tiene importancia en Homero, para Joyce, es que el héroe de la Odisea deja su hogar, deambula, toma direcciones indeterminadas, pese a que, al final, también lucha para regresar. Así ocurre con Leopold Bloom. Sale de 7 Eccles Street y no vuelve hasta el final de la novela, un regreso que no es nada predecible. En realidad, aparte del título (lo que Genette llamaría el paratexto) y la estructura, no se observa ninguna otra evocación explícita de Homero, y Joyce eliminó, en la versión definitiva del libro, los títulos homéricos de los capítulos. Gran parte de Ulises es "coincidencia de encuentros, discusiones, bailes, peleas, la vieja sal del tipo hoy aquí y mañana en otro sitio, vagos nocturnos, toda la galaxia de acontecimientos", hechos que sirven para crear "un medallón en miniatura del mundo en que vivimos". El azar cumple, pues, un papel. El texto de Joyce está situado en un punto en que el azar –o la contingencia- y la estructura coinciden. Ésta es su gran aportación a la literatura del siglo XX y, desde luego, a la de lengua inglesa”.

Polisemia, etimología y modernidad

Muchos críticos se han amparado (y se amparan) en el artefacto “inescrutable” que resulta “Ulises” para evadir la mirada (o ejercerla con anticipado fracaso) sobre las profundas implicaciones textuales que allí están generadas. Joyce produjo, de manera escrupulosa, una obra inabarcable para la crítica, que terminó por diseñar a conveniencia un embudo terminológico alrededor de la idea de “novela moderna”: rótulo elástico e incorruptible (salvo, quizá, para los pseudo-teóricos del posmodernismo).

El texto hace constantes referencias a otras escrituras. La aparición de Thot (dios egipcio de la escritura) se convierte en clave de una estructura que evita, con sus constantes puertas abiertas a la proliferación del sentido, la prisión que impone toda estructura. Joyce escribe sobre la escritura, la “disemina”, en términos del filósofo Jacques Derrida, uno de sus más atentos lectores. George Steiner, por su parte, escribía en “Gramáticas de la creación” que “desde un punto de vista material, el hombre de Ítaca y Leopold Bloom no son más que una combinación y codificación de signos orales y escritos, de símbolos, de unidades léxico-gramaticales dispuestas y diseminadas a través de las ondas sonoras y la escritura”.

Un aspecto importante a tener en cuenta en la interpretación de la obra, por tanto, es su profusión de estilos, parodias e imitaciones de las escrituras que conforman la tradición de la literatura inglesa: “Aquí van muestras –leemos en el ‘Ulises’- de lo que el hombre escribió sobre sí mismo en el pasado: ¡qué ingenuo y presuntuoso resulta! Me he abierto camino por estos supuestos y presunciones y he mostrado cómo él debe reconocerse actualmente”. La entera tradición –al menos de la literatura inglesa- participando de un “tempori nostri” del enunciado.

El tratamiento que hace del idioma inglés es un ejemplo notable de la búsqueda revolucionaria plasmada en “Ulises”. Así como rechazaba las ataduras de los sistemas positivistas de la razón, encadenando lógicamente el discurrir de la “trama”, Joyce negaba (reconstruía) la etimología clásica del inglés “oficial”. Su vocabulario se nutre, tanto como puede, del diccionario de Walter Skeat (medievalista que permitió una definitiva comprensión de Chaucer, y que propició una renovación de la estructura etimológica de la lengua, dando fuerza y sostén al llamado Renacer Literario Irlandés), publicado en 1884, cuando James Joyce empezaba a balbucir sus primeras palabras. “Los únicos diccionarios y gramáticas de irlandés que existían en Europa hasta hace pocos años –escribió Joyce-, cuando se fundó la Liga Gaélica en Dublín, eran obras de alemanes. La lengua irlandesa, aunque pertenece a la familia indoeuropea, difiere de la inglesa casi tanto como la lengua que se habla en Roma difiere de la que se habla en Teherán”.

El trabajo sobre el lenguaje en “Ulises” es deudor, entre otras tendencias, del expresionismo, uniendo términos, deformándolos, generando parentescos sonoros y semánticos: “Bronce y hierro oyeron las herradurashierro, acerosonando” ó “Besó los redondeados sazonados amelonados cachetes de sus nalgas, deteniéndose en cada redondeado melonoso hemisferio, en su blanco surco profundo con una oscura prolongada provocativa melonmeloneante osculación”. Tropos elaborados a fuerza de torsión, combinando series simbólicas superpuestas.

Esta construcción de nuevas relaciones lingüísticas le permite poner de manifiesto un correlato establecido con el mundo que el lenguaje intenta representar. Un aspecto de la tradición baudeleriana de la modernidad es esta falta de referente, la contingencia en estado puro (el estar como en casa fuera de casa; lo “transitorio, lo efímero y contingente”), vivir (¿plácidamente?) en la indeterminación. Joyce captó que la experiencia moderna no podía estar centrada sino en la conciencia del individuo. Edmund Wilson se mostraba sorprendido por la “recepción” del texto: “Creo que nunca ha sido lo suficientemente apreciada su importancia desde el punto de vista psicológico, aunque su influencia sobre otros libros y, en consecuencia, sobre nuestra idea de nosotros mismos, haya sido ya profunda. Joyce intentó expresar, del modo más exhaustivo, preciso y directo que es posible hacerlo con palabras, cuál es nuestra participación en la vida, o, más bien, cómo nos parece que es, tal como la experimentamos instante tras instante”.

La deriva se orienta, entre otros elementos, a partir de la sonoridad. Pocas prosas tienen tan fino sentido de la musicalidad como la de Joyce (cuyo padre le transmitió conocimientos musicales y estimuló su afición al piano). En el prólogo a la edición de Santiago Rueda, de 1969, traducida por J. Salas Subirat, Jacques Mercanton escribe: “Sería bastante instructivo oponer aquí el símbolo de Dédalo al de Orfeo, por ejemplo, el músico, el poeta puro, sin plan, sin designio constructor, sin técnica, que subleva al mundo en sus profundidades sensibles, pero del que nada sobrevive a sí mismo, sino un eco. Y se sabe hasta qué punto Joyce es músico y hasta dónde hace pasar en las palabras un fluido musical, hasta dónde les da una densidad sonora que ni siquiera sospecharon los simbolistas de la época wagneriana: se sabe hasta qué punto él es poeta hasta en las partes más voluntariosamente secas de su obra. Pero este poder mágico, esta eflorescencia lírica, esta encantación musical que en Work in Progress sobre todo parece devorar todo objeto, queda ordenada en un plan constructivo[...]*”.

Este proceso (progreso) que no cesa en el texto, que no cesa con los abordajes al texto, es también mecanismo consciente que ubica “Ulises” en la trayectoria de los clásicos, de los hitos incandescentes que jalonan la historia de la literatura.

Un arduo paseo textual

Se entiende, quizá por todos estos motivos que se han señalado, que resulte un libro democráticamente tenido por difícil, condenado a la rigidez polvorienta de las estanterías, a la par que reeditado con vehemente insistencia decorativa. Para los lectores en lengua castellana, la empresa de pasar por sus multitudinarias páginas resulta aún más dificultosa. Si la musicalidad pergeñada en su trama resulta trasvasada, si la etimología heterodoxa pierde todo rastro (o casi), el texto se ve tergiversado hasta su condición de auténtico mutante. Ambigua suerte la del último capítulo del “Ulises”, el monólogo de Molly Bloom, uno de los momentos cumbres de la Literatura, escondido como una perla en los fondos cavernosos de un camino que pocos llegan a transitar. Capítulo que empieza con la referencia a un desayuno: “Sí, porque anteriormente él jamás había hecho algo parecido a pedir su desayuno en la cama con dos huevos desde el hotel City Arms en que se le dio por hacerse el enfermo en la cama con su voz quejosa mandándose la parte con esa vieja bruja[...]” y así a lo largo de cuarenta y cinco páginas de apretado monólogo interior. Cerca del final de esta explosión volcánica, de este géiser lingüístico implacable, Molly se pregunta: “...quién fue la primera persona en el universo antes de que hubiera nadie que lo hizo todo quién ah ellos no saben ni yo tampoco así que ahí tienes...”

El nombre del padre

Para comprender la literatura anglosajona escrita con posterioridad, “Ulises” es un texto fundamental. Se percibe una influencia masiva en la intertextualidad que ha generado. Del hipotexto shakespeariano y homérico al hipertexto beckettiano, las relaciones y los guiños son innumerables. Samuel Beckett (1906-1989) fue su secretario personal, transcribió parte del “Finnegans Wake” y tradujo fragmentos al francés. Muchos de los elementos propuestos por Joyce fueron referentes (positivos y negativos) en la evolución narrativa de Beckett. En su primer libro de relatos, “More priks than kicks” (1934), todavía conserva algunos rasgos de quien fuera uno de sus principales maestros, aunque con posterioridad la distancia sería pronunciada, hasta convertirse en su antítesis. Beckett sintetiza, recorta y anula todo aquello que Joyce hace proliferar. Donde Joyce edifica una obra inagotable (multiplicadora), Beckett sitúa una prosa del agotamiento, de la extenuación y el despojo. Ambos mecanismos definen, de alguna manera, la compleja idea de “pensamiento moderno”.

Con motivo de una reunión de escritos sobre “Ulises”, publicado por la librería y editorial Shakespeare & Co. de Sylvia Beach en 1929, Beckett aportó su propia lectura con “Dante... Bruno. Vico.. Joyce.”, pequeño y contundente ensayo que comenzaba con una frase que se ha convertido en célebre: “El peligro reside en la claridad de la identificación”. Allí escribía: “Y aquí estoy ahora, con las manos llenas de abstracciones, entre las que destacan: una montaña, la coincidencia de los contrarios, la inevitabilidad de la evolución cíclica, un sistema poético, y el proyecto de auto-extensión en el mundo del Work in progress, del señor James Joyce” [...] “Aquí hay expresión directa –páginas y páginas de expresión directa. Y si no lo entienden, damas y caballeros, es porque son demasiado decadentes para recibirla. No están satisfechos a menos que la forma esté demasiado estrictamente divorciada del contenido que puedan comprender uno sin molestarse por leer el otro. El rápido filtrado y absorción de la escasa crema de sentido es posible por lo que puedo llamar un continuo proceso de copiosa salivación intelectual”.

Sobre esta disquisición fondo-forma, Edmund Wilson destacó que entre los múltiples logros de la obra está la “adaptación del estilo al tema”, señalando uno de los aspectos primordiales del proceso que pone en funcionamiento: “El mejor modo para entender el método de Joyce es registrar cada cual lo que pasa en su propio espíritu a medida que se queda dormido”.

Los movimientos y la plasmación de ciertos descubrimientos narrativos pertenecen a un complejo camino hecho, a su vez, de infinidad de caminos. El concepto de “monólogo interior” había sido empleado por Valéry Larbaud, y la técnica se atribuye al novelista Eduard Dujardin, cuya obra “Les lauriers son couppes" conocía Joyce. El propio Dujardin había definido este procedimiento de la siguiente manera: “El monólogo interior es de orden poético. Ese lenguaje no oído y no pronunciado por medio del cual un personaje expresa sus pensamientos más íntimos (los que están más cerca de la subconciencia) anteriores a toda organización lógica, es decir, en su estado original, por medio de frases directas reducidas a un mínimo sintáctico y de manera que den la impresión de reproducir los pensamientos conforme van llegando a la mente”. En su definición se acercan dos polos que la narratología posterior diferenciaría con algo de claridad: el “monólogo interior” y el “flujo de conciencia”. Algunos teóricos señalan a Dostoievsky y a Hawthorne como precursores del procedimiento narrativo.

El resultado de estas pesquisas apoya la tesis sobre las vanguardias, en otros sentidos fallida e injusta, expuesta por Hans Magnus Enzensberger. “El terreno en que se mueve la vanguardia es la historia. La preposición francesa avant, que en la expresión técnica militar tiene un sentido más bien espacial, adquiere en la metáfora su sentido temporal originario. El arte no se entiende como una parte de la actividad humana históricamente inmutable, ni como un depósito o un arsenal de ‘bienes de cultura’ intemporales, sino como un proceso, un movimiento en avance continuo, como un work in progress en el que participan todas y cada una de las obras”.

En este largo y arduo proceso de acumulación y articulación del saber literario, la obra de Joyce sigue siendo uno de sus momentos más álgidos y brillantes, titánica empresa que ha expandido sin duda el horizonte de sus posibilidades expresivas, y ha contribuido a una nueva forma de concebir y pensar la relación entre arte y realidad.

Obras de James Joyce:

- Chamber music. Elkin Mathewa, Londres, 1907.
- Dubliners. Grant Richards, Londres, 1914.
- Portrait of the artist as a young man. Huebsch, Nueva York, 1916.
- Exiles. Richards, Londres. Huebsch, Nueva York, 1918.
- Ulysses. Shakespeare & Co., París, 1922.
- Pomes Penyeach. Shakespeare & Co., París, 1927.
- Finnegans Wake. Faber, Londres, 1939.

Obras póstumas:

- Stephen Hero. Th. Spencer, Nueva York, 1944.
- Epiphanies. O. Silverman, Lockwood Memorial Library, University of Buffalo, 1956.
- Letters. Sr. Gilbert, Nueva York, 1957.
- Critical writings. Mason y Ellmann, Nueva York, 1959.
- Anna Libia Plurabelle. F. H. Higginson, Minneapolis, 1960.

Biografías:

- Richard Ellmann, “James Joyce”. Nueva York y Oxford, 1959.
- Herbert Gorman, “James Joyce”. Nueva York, 1940.
- Patricia Hutchins, “James Joyce, Dublin”. Londres, 1950.

Bibliografías:

- A. Parker, “James Joyce”: Bibliography of his writings, critical material and miscellanies. Boston, 1948.
- J. Slocum y H. Cahoon, “Bibliography of James Joyce”. New Haven, 1953.

En el cine:

- “Ulises”. Dirección de Joseph Strick, 1967.
- “Ulises”. Dirección de Werner Nekes, 1982.
- “Bloom”. Dirección de Sean Walsh, 2003.


Información sobre el Bloomsday: www.jamesjoyce.ie

Fuente Escuela de Letras