Rogelio y la memoria histórica
FRANCISCO JOSÉ FARALDO En Madrid, en los últimos años cincuenta, los lecheros repartían su mercancía subidos en unos vehículos que a los niños nos fascinaban. Se trataba de unos artefactos construidos a partir de bicicletas en las que se había sustituido la parte delantera por un gran cubo de madera con ruedas. Todas las mañanas el lechero aparecía pedaleando al fondo de la calle General Varela y las madres encargaban a los niños cambiar la botella vacía del día anterior por otra llena de una leche espesa y recién ordeñada que el hombre sacaba de una de las cajas apiladas en el interior del cubo. Los niños admirábamos la potencia de las piernas del lechero para mover aquel armatoste y, sobre todo, la velocidad que era capaz de imprimirle en las zonas más llanas del recorrido. Así conocí a Rogelio, el lechero. Estuve un montón de años recogiendo la leche sin intercambiar con él otras palabras que el reglamentario saludo de buenos días. Cuando me hice mayor empecé a frecuentar las tabernas del barrio y un día me encontré al lechero en una de las tascas. Comenzamos a hablar y allí nació una amistad no muy frecuente entre personas que se llevan treinta años de edad. Al principio conversábamos sobre asuntos intrascendentes. Yo estaba obsesionado con el triciclo, aunque él ya hacía el reparto con otro compañero en una furgoneta, y en una ocasión llegamos a visitar el taller donde se lo habían fabricado, esperando una ocasión en que mi situación económica me permitiera encargarme uno. Pero, una tarde, en la taberna de costumbre, Rogelio me miró a los ojos y me dijo: -Tú también eres de la cáscara amarga, ¿verdad? Era a principios de los setenta. No sé cómo había sabido que mi ausencia del barrio durante varios días se debía a una detención en una manifestación estudiantil, y aquello abrió la puerta a una relación que fue completamente distinta a partir de entonces. Poco a poco fui conociendo su biografía. Había nacido en Ávila y era un vencido de la guerra civil. Al contrario que su familia, desde muy joven simpatizó con las ideas de izquierdas, y se alistó como miliciano cuando se produjo la sublevación militar. En Belchite fue hecho prisionero por las tropas del general Varela y, después de pasar por un batallón disciplinario, estuvo encarcelado 12 años en diferentes prisiones. Salió en 1952 y un hermano que tenía una vaquería en Madrid le dio trabajo. Fue entonces cuando se subió al triciclo y le conocimos los niños del barrio. Hoy tiene 89 años y está en una residencia de ancianos cerca de su antiguo lugar de trabajo, en nuestro barrio de siempre. No parece peligroso. Sabe lo de la ley del Gobierno sobre reparación de los sufrimientos ocasionados por la dictadura, pero debe de ser un vencido raro, porque no da saltos de alegría, ni se comporta como un resentido que ve llegada la hora de la venganza. Cuando le conté lo de la ley de marras, se limitó a mirar por la ventana y me dijo: -Mi hermano tenía la vaquería en la calle General Yagüe. Durante muchos años he pedaleado día a día por calles que se llaman General Varela, General Margallo, General Orgaz, Mártires de Paracuellos, Capitán Haya... Eso ha sido lo peor de todo. Tener que llevar los ojos clavados en el manillar para no ver esas placas que ponían en marcha la memoria. Ya estamos en 2006, ¿no? Y cada vez que me sacan a dar un paseo, sigo sin poder mirar hacia arriba. Era bueno aquel triciclo que tanto te gustaba. Subiendo las cuestas se te quitaban las ganas de pensar. Desde la ventana de la residencia de Rogelio se ve el nombre de la calle donde se ubica: GeneralMoscardó. Francisco José Faraldo es coordinador de Área Ibérica. |
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