sábado, noviembre 04, 2006

Hip-hop



La renovación de la sangre resulta en el relevo generacional y, por ende, en el cambio social. Pero, pese a que los mecanismos de la historia tengan que ver con esto, lo cierto es que las modas se repiten como la morcilla, como lo prueba el hecho de que el viejo dicho de «no hay nada nuevo bajo el sol» siga siendo tan actual como cuando se inventó, que no fue hace poco, pues procede del Eclesiastés.

Hace unos días se manifestó en Langreo un estilo que podríamos incluir dentro de lo más moderno de la cultura juvenil: los grafiteros, con el auspicio municipal, tomaron la estación de autobuses y su entorno y los hicieron suyos durante unas horas, lo pasaron bomba y, por añadidura, dejaron como huella no los consabidos montones de basura que las movidas juveniles (y de las otras) suelen deparar, sino una herencia en forma de obra colorista para que alegre un poco los tonos grises que este otoño, si de verdad lo fuera, nos tendría que haber suministrado desde hace más de un mes. Sean, pues, bienvenidos los grafitis.

Y es que lo que se ha dado en llamar 'cultura' del hip-hop y esas zarandajas se parece algo a aquello que, en su día, algunos denominaron contracultura, es decir, una forma de ver la realidad, de interpretarla y de transmitirla desde una perspectiva más o menos artística y, en algún sentido, crítica. Quién que fue joven no ha sido, al menos levemente, antisistema, no ha salido a la calle con aquellos pelos, o con estos piercings, sólo por el hecho de que a los mayores les pudiera resultar incómoda su visión, o por lo que de savia nueva y, a veces, de rebelión, representa. Y sin que importara el hecho de que fuera la administración (el sistema) quien pagase las actividades. En fin, los métodos de expresión no formales han existido siempre, aunque, con tiempo, acabaran en ocasiones por convertirse en escuelas más o menos artísticas. Quizás ahora mismo estemos asistiendo a un nuevo parto artístico en lo que a las pintadas callejeras se refiere, nunca se sabe.

Por de pronto, la parafernalia que invadió la estación de autobuses ha dado unos resultados interesantes que a la vista están, pero, sobre todo, se impone uno el deber de contemplarla con la ternura de quien, en tiempos, también creyó que su generación era la destinada, con el arma de la poesía en aquel caso, a cambiar el mundo desde, digamos, la diversión.
Fuente LA LUCIÉRNAGA
FRANCISCO J. LAURIÑO
Publicado en El Comercio de Gijón