viernes, diciembre 10, 2004

LA URQUÍA



La Urquía
BONI ORTIZ
La primera vez que vi sus ojos azules, yo no era más que un niñato que se creía el nieto predilecto de Bakunín. Por aquel entonces, no nos saludábamos por la calle, a pesar de que nos reuníamos una vez por semana con otras amigas suyas, en sus propias casas de manera rotativa. Aquellas reuniones, a las que también venía un cura, eran una delicia: la anfitriona de turno, siempre nos ponía chorizo, queso, vino y mejillones de lata. Todas tenían sus profesiones, sus casas y sus vidas, salvo yo que no tenía nada que perder salvo las cadenas y la inconsciencia. Mientras escribo esto, comprendo el buen criterio de aquellos adultos que decidieron encuadrarme en aquella célula sosegada y repleta de gente tranquila, compensando mi carácter de niñato intransigente y furioso.
Con solo diecisiete años, cayó sobre mi el peso de las feroces leyes del franquismo y pasé a la situación de "quemado". A partir de aquel momento nadie podía relacionarse conmigo, si no había razones "naturales" para ello y, por supuesto la organicidad de un colectivo clandestino, no lo era. Nos cruzábamos en la calle gente que no podíamos saludarnos, a pesar de compartir entre nosotros el extraordinario vínculo que suponía un proyecto común trasformador y libertario, para el planeta que pisábamos.
Corría la primavera de 1972 y en unos días, tenía que presentarme en Madrid a un juicio del Tribunal de Orden Público en Salesas. Estaba en libertad provisional bajo fianza, por lo que acudiría a la vista por mi propio pie y después de la farsa del juicio, esperabas oculto una sentencia que aquellos jueces emitían basándose exclusivamente, en las diligencias e informes policiales, sin pruebas, ni testigos, ni nada de nada. Una vez sabida la "tacada" de años que te metían, te quedabas para su cumplimento o te las pirabas para Francia. Me acordaré toda la vida de un billete grande de francos nuevos que mi querida amiga Urquía puso en mi mano, por si tenía que pasar la frontera y enfrentar algún gasto de urgencia: comida, bebida o alguna llamada. No hizo falta, "solo" me metieron dos años y medio y aquel billete, me imagino que lo traduje a pesetas, para después convertirlo en cerveza.
La Urquía no era de este mundo, en el que priman el exhibicionismo, la vanidad y el lucro individual. Era una resistente que lo enfrentaba con la rotundidad y la ponderación que le eran propias, desde la conciencia crítica, la confianza en la humanidad y la solidaridad. Estoy seguro de que ese Dios en el que ella creía, la estará abrazando y alucinando con sus ojos azules y su sonrisa clara; que aproveche y aprenda de la inteligencia, de la discreción y bondad de Ángeles Urquía.