sábado, enero 22, 2005

Alerta: escuela hebrea



Gustavo D. Perednik
El negro presagio de una escuela hebrea avasallada en Venezuela,
ha pasado casi inadvertido para el público europeo
En 1799, se encontró el cadáver de una mujer en una taberna próxima a Vitebsk en Belarús. Cuatro judíos fueron arrestados y acusados de crimen ritual. Por falta de pruebas fueron eventualmente liberados, pero para el poeta Gabriel Derzhavin el mero arresto fue suficiente para avivar sus sospechas judeofóbicas. Después de todo, si miles de judíos habían sido torturados y asesinados como castigo por el «libelo de sangre», sobraban motivos para sospechar.
Su Opinión elevada al zar acerca de la organización del status de los judíos en Rusia, concluye que
«en estas comunidades se hallan personas que perpetran el crimen, o por lo menos protegen a perpetradores, de derramar sangre cristiana, de lo que los judíos fueron sospechosos en varias épocas y en diferentes países. Opino que tales crímenes, incluso si a veces fueron cometidos en la antigüedad, eran llevados a cabo sólo por fanáticos ignorantes. Pero creo apropiado no pasarlos por alto.»
El fiscal venezolano Maikel Moreno puede remedarlo en una Opinión elevada al Presidente Chávez para prevenirlo de que
«los judíos complotan para derrocar a todos los gobiernos y dominar el mundo. Si bien en la práctica sólo los más fanáticos de entre ellos lo llevan a la práctica, no cabe dejar pasar por alto la acusación: Más vale prevenir por medio de allanarles la escuela, a ver si encontramos allí algún arsenal.»
Y se hizo la oscuridad. ¿No hubo armamentos en la escuela hebrea? ¿Sólo pizarrones y libros, y mil quinientos alumnitos estupefactos? Ah, perdón. Pasemos entonces a otra cosa. Hemos cumplido con nuestro deber. Después de todo, no podíamos dejar pasar la sospecha por alto, en el país en el que el Derzhavin de turno, Luis Tascón, distribuyó entre los entes estatales una lista negra de nada menos que cuatro millones de venezolanos que osaron firmar una petición que no plugo al régimen. Un país que se cuida de las confabulaciones.
Entre 1805 y 1816 volvieron a proliferar los libelos de sangre en Rusia y, para detener su diseminación, el ministro Golistyn ordenó que «de aquí en adelante los judíos no sean incriminados de asesinar niños cristianos cuando no hay evidencia».
Tal vez durante 2005 el gobierno venezolano haga circular una orden similar y reclame que ya no se acuse más a los judíos de ser oscuros confabuladores, mientras no haya al respecto evidencias más concretas.
Supongo que la circular no bastará, porque cuando el 20 de marzo de 1911 se encontró el cuerpo mutilado de un chico de doce años en las afueras de Kiev, la prensa zarista lanzó de inmediato otra campaña judeofóbica, acusando nuevamente a los judíos del uso de sangre con propósitos rituales. Las mismas imputaciones, detalle más, detalle menos, que el periódico chavista Vea, descarga contra el Estado de Israel. Los carteles del Partido Comunista de Venezuela lo explicitaron en diciembre de 2004 con una franqueza digna de Izquierda Unida: «No al terrorismo de los comandos israelíes.»
Impecable lógica. Los judíos habían tenido el tupé de que les allanaran la escuela, así que de algún modo había que recriminarles su terrorismo. Lo mismo argüían los volantes que la Unión del Pueblo Ruso repartía en el funeral del niño «mártir», o los informativos con los que la TV española cubre el terrorismo en el Medio Oriente.
El asesino del niño fue finalmente encontrado, pero el ministro de justicia ruso Scheglovitov, reparó en que la judeofobia era un negocio redondo para desviar la opinión pública de la insatisfacción bajo el zar, y procedió impertérrito a la acusación por crimen ritual.
Ojalá se capture también al asesino del fiscal venezolano Danilo Anderson, crimen que fue la excusa para invadir la escuela hebrea. Pero hasta tanto se da con el homicida, se ha decidido utilizar la pesquisa policial para despistar a los venezolanos insatisfechos (parecen ser por lo menos cuatro millones) insinuándoles quién es el ubicuo desestabilizador que tiene la culpa de todo.
En Rusia se descartó el informe policial, y se imputó el crimen al judío Mendel Beilis, un simple supervisor de un horno de ladrillos, que fue arrestado el 22 de julio de 1911. Permaneció dos años en prisión. El informe al zar Nicolás II sostenía que para el aparato judicial ruso, Beilis era el infanticida.
El aparato judicial venezolano azuza las sospechas acerca del judío oculto y complotador, que mata sin escrúpulos para despojar a los pueblos del globo de su felicidad. El ministro de Comunicación e Información, Andrés Izarra, notificó que en reunión de gabinete en Miraflores se debatió el allanamiento, pero no a los efectos de pedir disculpas a la comunidad judía, sino para acusar al «terrorismo mediático» que critica al gobierno. Para Izarra, no hubo acoso a comunidad alguna, sino las «necesarias investigaciones» que permitan culpar implícitamente al hebreo, para luego absolverlo, y en el camino hacer fluir el veneno judeofóbico, una verdadera panacea para explicar por qué a Venezuela le está yendo tan mal.
Después de todo, en 1998 el zar prometió que si no rescataba al país en un año, renunciaría, y durante este lustro la economía venezolana se hundió junto con sus vanas promesas. No le alcanzarán ni cien años, claro, porque sus recetas económicas fracasaron en todo el mundo y, sobre todo, porque el nefasto imaginario de su populismo maniqueo sólo logra espantar capitales y cerebros. Pero el verdadero problema, Hugo Chávez lo ve en la oposición, a la que socarronamente denominó «judío errante».
Como todo régimen demagógico, aspira a controlar los medios, corrompe y chantajea, para luego bajar una cortina de humo con la persecución judeofóbica que viene a poner las cosas en su lugar. Habrá, como hubo en la Rusia de Mendel Beilis, algunas protestas de artistas, académicos, científicos, eclesiásticos, y políticos. Probablemente no de los europeos clásicos, a quienes ni los inmutó el escandaloso allanamiento del colegio judío Moral y Luces, ocurrido el 29 de noviembre en presencia de mil quinientos niños judíos, porque la izquierda europea todavía estaba rindiéndole homenaje al más importante asesino de niños judíos contemporáneo, muerto veinte días antes en París donde recibió las exequias oficiales de un benefactor de la humanidad.
A la memoria de ese terrorista, Hugo Chávez dedicó el premio «a los derechos humanos», que recibió en esos días de manos de su colega libio Muamar Khadafi en Trípoli. Y ya que se trataba de celebrar derechos humanos, a la terna especialista Khadafi-Chávez-Arafat le faltaba el genocida iraní Jatami, a quien el feliz galardonado visitó inmediatamente en Teherán.
El fiscal ruso Vipper derramó en su alegato la ponzoña judeofóbica. Los judíos son un peligro. Afuera el terrorismo sionista de Rusia y de Venezuela.
Las autoridades venezolanas adujeron que, curiosamente, no pudieron encontrar en la escuela elementos criminales, como armas de fuego, artefactos explosivos, y equipos de comunicaciones que podrían esclarecer el asesinato del fiscal. Parece que ni siquiera la única judía de entre las centenares de escuelas venezolanas, ni ésa, se dedica a almacenar escopetas. Y los oficiales debieron retirarse ineficazmente sin encontrar nada, pero eficazmente sembraron tras de sí la acusación implícita. Y que después, el judío se defienda, que para eso está.
El jurado declaró por unanimidad que Mendel Beilis era inocente. Y la comunidad judía de Venezuela saldrá airosa y blanqueada de la infamia. Pero Beilis debió emigrar a Israel por las amenazas que recibía de las Centurias Negras. En cuanto a la comunidad judía de Venezuela, el pasado 5 de diciembre Gerver Torres la exhortaba en El Universal de Caracas a que permanezca en el deteriorado país, y no proceda como los judíos bajo el zarismo, o como los venezolanos y los cubanos, judíos o no, que cuando pueden emigrar, lo hacen.
El sacerdote Justin Pranaitis daba en Moscú de 1912 su testimonio «científico» sobre cómo practican los judíos el crimen ritual. El rabino de Moscú, Jacob Mazeh, desenmascaró a Pranaitis y demostró que nada sabía de Talmud y mucho de odio, y el rabino principal de la Unión Israelita de Caracas Pynchas Brener, protestaba en el diario caraqueño El Nacional, por la «primera agresión directa contra la comunidad», después de más de siete décadas de vida israelita en el país, intensa, organizada y creadora.
Profesores cristianos bienintencionados como Troitsky y Kokovtzoff, salieron en resguardo del judaísmo agredido en Rusia, tal como había hecho el fundador de la república checa, Tomás Masaryk, quien en 1900 se jugó en auxilio de los judíos cuando un tal Hilsner fue acusado de beber sangre. En realidad, decía Masaryk, «no defiendo a los judíos, sino a los cristianos, de la superstición».
Pero de nada le sirvió. Su cátedra universitaria fue suspendida debido a manifestaciones de estudiantes, seguidas por tumultos judeofóbicos en varios países, orquestados por el «especialista» vienés Ernst Schneider.
La atmósfera de odio contra los judíos crecía, porque durante dos años se debatía si es cierto o no, que los judíos beben sangre humana. ¿Ah, no? Bueno, que queden entonces libres Hilsner, Beilis, y los niños de la escuela hebrea, pidamos disculpas por las leves molestias, y retiremos del lugar a los agentes policiales. Gracias por vuestra comprensión, judíos, y hasta la próxima. Sólo se les pide que no protesten para no exacerbar los ánimos, y para proteger la escuela.
Cherchez le Rasputín
A partir de 1994, Chávez tuvo de asesor a su propio Pranaitis, un tal Norberto Rafael Ceresole que murió el 5 de mayo pasado a los sesenta años. Había sido guerrillero en la Argentina, y sus camaradas lo denominaban «un auténtico revolucionario contra el Orden Mundial yanquisionista». Todo dicho. El avasallamiento de la escuela fue la victoria póstuma de Ceresole.
Su libro de 1999 Caudillo, Ejército, Pueblo; el modelo venezolano o la posdemocracia proponía para «reflexión de cuadros políticos y militares próximos al presidente Chávez» que se creara una Oficina de Inteligencia para analizar (bajo su equilibrada dirección) los asuntos estratégicos de carácter nacional e internacional. El pueblo venezolano, explicaba Ceresole, había delegado su poder en un caudillo nacional-militar, que en esta «posdemocracia» que recomendaba debería concentrar todo el poder para una «estrategia antisistema».
Llamar fascista a Ceresole, es subestimarlo. Fue esencialmente un vocero del odio más violento que ametralla en cualquier dirección, y combinaba sin solución de continuidad, en sincretismo acorde a la época, comunismo con nazismo, islamismo y terrorismo. Una buena copia de su maestro Roger Garaudy, prologuista de su libro de 1997 El nacional judaísmo: un mesianismo pos-sionista.
Pero la brutal negación del Holocausto de Garaudy no le bastó a Ceresole, quien negaba también que hubiera habido atentado alguno contra la AMIA de Buenos Aires en 1994. Seguramente ahora habría escrito que el allanamiento de la escuela en Caracas fue una fantasía o una mera provocación judía más.
El prontuario con el que Ceresole ofreció sus servicios a Chávez era inmaculado: formación en la Escuela Superior de Guerra soviética, militancia en el ERP argentino, y asesoramiento del grupo de oficiales golpistas del coronel Aldo Rico.
Algunos de sus libros eran traducidos al árabe y al persa, y publicados en España por Al-Andalus. De los elocuentes títulos editados en España hay Terrorismo fundamentalista judío (1996), España y los judíos (1997), y La Conquista del Imperio Americano (1998). Más hispanoamericanos fueron Caracas, Buenos Aires, Jerusalem (2001) y La cuestión judía en la América del Sur (2003). Por favor, no hace falta leer más que los títulos.
Ahora, su brazo político en Caracas, finalmente arremetió, porque se encuentra en la necesidad de explicar por qué en la república popular veinte mil trabajadores petroleros venezolanos han sido echados a la calle por motivos políticos, sin recibir prestaciones sociales. Porque necesita esconder que si Venezuela viene sobreviviendo a Chávez, es sólo porque las riquezas petroleras permiten financiar allí, como en Arabia Saudita, la corrupción, la ineficiencia, el despilfarro, la destrucción de la economía. Y para explicarlo todo, alcanza con echar mano a la escuela hebrea.
No hace falta exagerar lo ocurrido, como hicieron quienes compararon el caso venezolano con el de la escuela rusa en Beslan, en donde a principios del último septiembre unos quinientos personas (casi doscientos niños) fueron asesinados por terroristas islámicos.
Aquí no hubo ni asesinatos ni islamistas. Hubo la expresión estratégica, monda y lironda, de un mediocre demagogo empeñado en perpetuarse en el poder a costa de los mejores valores de la sociedad venezolana.
Un gran escritor guatemalteco, Roberto Quezada, me ha inspirado la presente combinación de una realidad latinoamericana con la Rusia de los zares. Quezada, nacido en 1928 y residente en Los Ángeles, el año pasado presentó la segunda edición de su novela Ardillas Enjauladas, por la que en 1983 había obtenido el Premio Nacional de Novela de su país.
El argumento de la obra es paralelo al de la más famosa del judeoneoyorquino Bernard Malamud, El hombre de Kiev (1966), que le valió el premio Pulitzer, y que está basada precisamente en el mentado juicio contra Mendel Beilis.
La trama de Quezada transcurre en un país latinoamericano, bajo un fatuo presidente parecido a Anastasio Somoza, o a algún otro que se le ocurra al lector. El hombre inocente que ha sido condenado, es símbolo de todo un pueblo. Uno que, por ser acusado una y otra vez de cuanto crimen haya, debe ampararse exclusivamente en su poder de resignación.
Cuenta Quezada que su madre le auguró problemas por «andar escribiendo lo que no debe». Advertencia quizá digna de este artículo.
Publicado en El Catoblepas nº 35 de enero de 2005

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