sábado, mayo 21, 2005




En 1974 el garrote vil, manipulado por el último verdugo español, el sevillano José Monero, se ceñía como corbatín mortal al cuello de un apátrida y solitario individuo: Heinz Chez. Ocurrió en un patio interno de una cárcel sombría y, según quienes lo presenciaron, fue una auténtica carnicería por la falta de pericia del ajusticiador.

Durante treinta largos años todos creímos que este individuo taciturno, silencioso, que pasó sus últimas horas de vida con una frialdad que espantó a los propios funcionarios de prisiones, era un hombre sin familia, sin documentos. Era, en definitiva, la muerte de nadie.



Enterrado en una fosa común anexa a la prisión provincial de Tarragona, su enigmático rostro, sus ojos, aparecieron en una portada mítica del semanario El Caso. Todo el mundo, por la polémica de tintes políticos, se centraron en la del joven Puig Antich. Nadie se preocupó de saber quien era y porqué mató a un guardia civil y disparo contra otro sin decir una palabra, el extraño individuo de la derecha.

Durante tres décadas todo fue silencio en torno al último agarrotado en España. Tan solo una serie de casualidades y de asombrosas peripecias hicieron que el periodista valenciano Raul Riebembauer reabriera un asunto dormido para siempre. Por increíble que parezca , su pesquisa de casi diez años, descubrió que Heinz Ches no existía. El nombre real era George Michael Welzel.



Si tenía familia y no era polaco. Los que amamos el genuino periodismo de investigación, los que comprendemos la obsesión que nos envuelve al adentrarnos en una historia que nos absorbe por algún motivo que desconocemos, estamos de enhorabuena.

Junto a las fotografías de aquel siniestro garrote vil de la Audiencia provincial de Sevilla, el mismo que se ciñó al gaznate del misterioso Chez, obtenidas por José Muñoz y el gran maestro Juan Eslava Galán, os doy paso a un apunte del propio Ribenbauer, autor de una de esas investigaciones que hacen vibrar el alma de los auténticos reporteros.

El 2 de marzo de 1974, hace sólo 31 años, fueron ejecutados a garrote vil en España dos hombres.

Las dos últimas ejecuciones de la dictadura franquista con este método medieval. Uno de ellos era el anarquista catalán Salvador Puig Antich. De él se ha escrito casi todo. El otro se llamaba Heinz Ches, y de él, durante décadas, apenas se ha sabido nada. Oficialmente era de origen polaco y no tenía ni familia ni conocidos.

Y así ha sido hasta que, recientemente, el periodista Raúl M. Riebenbauer (Valencia, 1969) dio con su identidad y nacionalidad auténticas, y con lo que es más sorprendente, con su familia y su verdadera y amarga historia.

El resultado de una investigación obsesiva que empezó en 1995 —y que ha plasmado en el libro El silencio de Georg / El silenci de Georg (RBA/La Magrana, 2005)— es que Heinz Ches no era Heinz Ches, sino Georg Michael Welzel, que tampoco era polaco, sino alemán, que era cinco años más joven de lo que se supuso, y que sí tenía familia: madre, hermanos, mujer y e hijos. Todos ellos viven todavía, y desconocían el destino definitivo de su familiar hasta que Riebenbauer les mostró una fotografía incluida en la documentación judicial, y pudieron confirmar así su muerte.

Georg Welzel había nacido en 1944 en Cottbus, a 30 kilómetros de la frontera con Polonia, en el land de Brandenburgo, dentro del territorio de la que fue República Democrática Alemana (RDA). Según revelan los datos incluidos en las actas del entonces temible y hoy desaparecido Ministerium für Staatsicherheit —más conocido por su apócope, la Stasi—, había intentado fugarse en tres ocasiones del país: en 1964, 1967, y 1970. Pero no tuvo suerte. Fue detenido y encarcelado durante casi toda su juventud, aunque no perdió su deseo de lograrlo.

¿Por qué ha permanecido oculta esta identidad durante tantos años? Cuando Georg Welzel fue detenido en España, acusado de asesinar a un guardia civil en Hospitalet de l’Infant (Tarragona), declaró haber nacido en Stettin, Polonia, en 1939, y llamarse Heinz Ches. Parece seguro que Welzel se inventó esta historia porque quería proteger a su familia y, de alguna forma, a sí mismo. Cada una de las veces que había sido encarcelado en la RDA, la Stasi asaltó la casa familiar y les hostigó.

Al régimen franquista le interesaba que aquel hombre siguiera siendo polaco y no tuviera familia. ¿Por qué? El 20 de diciembre de 1973, cuando Welzel llevaba ya un año encarcelado, ETA asesinó al presidente del Gobierno franquista, Luis Carrero Blanco.

Fue un golpe terrible para el dictador y para la extrema derecha. Por eso, cuando el nuevo presidente, Carlos Arias Navarro, tomó el poder, parecía claro que iba a dejar clara su firmeza. En aquellas fechas iba a tener lugar también, pero en Barcelona, el juicio contra un joven catalán, miembro del grupo anarquista MIL.

En la primera semana de 1974 el catalán Puig Antich fue condenado a muerte. Welzel (bajo la falsa identidad de Heinz Ches) ya había sido condenado a esa misma pena el 6 de septiembre de 1973, pero aún faltaba que fuese ratificada. Y eso es lo que ocurrió también en aquellos primeros días de 1974, porque tuvo la mala suerte de que se cruzaran en su destino el magnicidio contra Carrero Blanco y la sentencia del joven anarquista.

La dictadura, para vengar este atentado, decidió ejecutar a un preso político —éste era Puig Antich— pero para demostrar que igual se ajusticiaba a un preso político que a uno común, eligieron a Heinz Ches. Además, España no tenía en 1974 relaciones diplomáticas con Polonia y sí con las dos Alemanias. Nadie reclamaría a su favor, ni familiares ni autoridades.

Veintiún años después, Raúl M. Riebenbauer —que el 2 de marzo de 1974 sólo tenía cuatro años— se cruzó con el caso de Ches, que envenenó su curiosidad. ¿Quién era aquel polaco, descrito siempre como un hombre enigmático? ¿Qué había tras aquella identidad? ¿Por qué cometió los crímenes de los que le acusaron? Es más, ¿los cometió? ¿Y por qué llegó a España? Este libro es el resultado de la búsqueda de estas respuestas que se ha extendido en el tiempo durante casi una década, hasta transformarse una fijación.

Narrado por el periodista en primera persona, el lector le acompaña a lo largo de su investigación y duda junto a él, encuentra pruebas y, cómo no, sufre también su desaliento. El silencio de Georg es un viaje al fondo de las obsesiones, una lucha no siempre fácil contra la amnesia histórica, y, sobre todo, un alegato contra la pena de muerte.


Posted by Hello