martes, diciembre 06, 2005

Aniversario de simulación: Fernando Pessoa, el poeta de lo imposible.




Inventor de heterónimos, pues no eran seudónimos sino "autores" con vida propia, el poeta portugués hoy canonizado representa paradójicamente el triunfo de un fracaso, la expresión de un ser en construcción permanente. Aquí, además de una interpretación de su obra, la opinión de uno de sus primeros traductores y un texto suyo sobre nacionalismo.

Publica Clarín en su edición del 27/11/2005

Por Daniel Scarfo

Fernando Pessoa (1888-1935), sinónimo de "heterónimos" (nombres bajo los cuales desarrollaba sus diferentes estilos literarios y biografías imaginarias), fue creador, crítico y polemista, poeta y dramaturgo. Entre sus heterónimos más importantes se cuentan Alberto Caeiro, el sabio contra las vanas intelectualidades con su “Guardador de Rebanhos”; el vanguardista Alvaro de Campos y su sacudida del provincianismo portugués, con su “Ultimatum, Opiário y Tabacaria”; el protoexistencialista Bernardo Soares, sub-heterónimo errante, con su Livro do desassossego (tal vez la "no obra" mayúscula de nuestro autor); Ricardo Reis con sus “Odas” y su culto de la forma, y Fernando Pessoa mismo con “Mensagem” y “O banqueiro anarquista”, todos ellos entre tantos otros escritos.

Depresivo, amante de Ophélia, bebedor de absinto, engripado eterno, fallecido a causa de un cólico hepático el 30 de noviembre de 1935, lo recordamos cuando se cumplen 70 años de su muerte. Cultivó la astrología y el ocultismo pero también un paganismo superior. Existe asimismo una guía turística de Lisboa de su autoría. Hablamos sin dudas del escritor más creativo y complejo de la literatura portuguesa y uno de los más destacados del siglo XX. Su famoso "baúl" (hoy en exposición) contenía 25.426 originales. Con sensibilidad delicada e inusual, le dio a cada heterónimo vida propia. Su misma obra ha sido vista como la búsqueda de una identidad a través de múltiples escrituras. De allí que el poeta sea "un fingidor".

Decir Pessoa es decir heterónimos, claro. Pero Pessoa es mucho más que eso y, antes que nada, lo que les diera origen. Decir Pessoa es decir Portugal, la Calle de los Doradores, Shakespeare y Coleridge, Camões y Pessanha, Goethe en brumas, la revista Orpheu y la teosofía, el Chiado y el bar Martinho da Arcada, su sombrero y su sombra, sus anteojos y el imperio portugués: presencias de una identidad puesta en jaque, en "flagrante delitro"; presencia de una ausencia, nación e identidades en permanente y añorada reconstrucción.

Su búsqueda se daba y frustraba en la pluralidad de los personajes en que se multiplicaba. Pessoa escribió para nombrar aquello que determinó el fracaso del que los poemas son lugar y signo. En su “Fausto” se halla la imposibilidad de ser, conocer y amar, y en su baúl una obra imposiblemente real concebida para hacer hablar a aquello que no tiene palabra. Su vida, vista como derrotero, posee por ello un hálito de "ternura de lo nunca sucedido".

Pessoa cultivaba una retórica de lo imposible que explotaría, por su misma impotencia, en decenas de poetas. Errancia del pensar y del conocer, dicho fracaso está en el origen de los heterónimos, quienes comentan inagotablemente el drama del conocimiento y del pensamiento.

Sus escritos desean por lo general el silencio, pues las palabras apenas aumentarían el misterio del Ser. Reverso de un verbo creador, el silencio de Fausto es el de una conciencia enloquecida, la desesperación dolorosa cuando hasta la emoción y los gestos que la traducen le estarían vedados. El “Fausto” acompaña las ansias de silencio de Pessoa durante toda su vida. Y en el final de “O Marinheiro” observamos un terror intelectual muy sutil: una cortina de silencio cae sobre las doncellas cuando éstas no tienen más nadie a quien hablar, ni ninguna razón para hacerlo.

Las tres doncellas de “O Marinheiro” hablarían una lengua inhablable. Una lengua que nadie utilizaría nunca en la lengua hablada, hasta el punto que esta obra se vuelve casi irrepresentable. Es grande la tentación de escuchar en estos textos aquella voz más cercana a lo no dicho e indecible de la existencia que imaginamos en Fernando Pessoa. El teatro debía ser la revelación de una patria lejana donde apenas se reconocieran estos signos. El que sueña porque no puede existir vive la vida de los sueños. Como dice la doncella de “O Marinheiro”: "No, no te levantes. Eso sería un gesto, y cada gesto interrumpe un sueño".

El “Livro do desassossego”, por su parte, ha sido descripto como "suicida" e intento, como en Arguedas, de evitar el suicidio real de quien en él se escribía. Inscripto en esa poética de la imposibilidad de conocer, el “Livro do desassossego”, entonces, como obra de la ausencia de obra, impotencia de una vida que tiende a lo secreto, a lo incomunicable, a lo intraducible. Pero más que ser pesimistas era mejor según Pessoa cantar vagos cantos compuestos en la espera o canciones de países lejanos cuya música haga familiares las palabras desconocidas, que digan cosas que están en el alma de todos y que nadie conoce.

En el “Livro do desassossego”, de escritura impotente, escribir es olvidar, y la literatura la manera más agradable de ignorar la vida. Las escrituras imposibles pessoanas son ejercicios de somnolencia: "Y es una brisa nueva esta somnolencia con la que puedo andar, inclinado hacia el frente en una marcha sobre lo imposible".

Como un arqueólogo recomponiendo los restos de una jarra que nunca existió completa, Pessoa realiza su práctica del fragmento. “O livro do desassossego” podría considerarse como un pálido indicio de ese espacio inexistente. El desasosiego es también "el cansancio de todas las ilusiones y de todo lo que hay en las ilusiones —la pérdida de ellas, la inutilidad de tenerlas, el antecansancio de tener que tenerlas para perderlas, el pesar de haberlas tenido, la vergüenza intelectual de haberlas tenido sabiendo que tendrían tal fin".

Pessoa declaró la tragedia principal de su vida como su privilegio de penumbra. Estaríamos frente a un alma para quien la acción ya no es consuelo y el conocimiento no supera el muro socrático salvo para perder la única certeza: "Todo queda envuelto por el frío del misterio": el horror metafísico del otro, la imposibilidad de ser, conocer y amar.

Muchos de los textos literarios que dejó incompletos eran con frecuencia apuntes para sí mismo. Prefirió considerar sus obras como apenas aproximadamente existentes y el Libro del desasosiego que nos legó es ese rompecabezas incompleto que se rearma una y otra vez. Como un clásico, Pessoa habría rechazado lo discontinuo e inacabado de su libro. Como un romántico, dejó la obra como está, en construcción, más inacabada cuanto más la preparaba. Habría concebido su obra para hacer hablar a aquello que no tiene palabra.

La obra de Pessoa no está hecha sino de hipótesis de escrituras nunca concretadas: como él mismo escribe, su instinto de perfección debería prohibirle lograr, y hasta debería prohibirle comenzar. El texto es siempre otro. No habría sino que abdicar frente a la supremacía del misterio. Alberto Caeiro, por ejemplo, no piensa, no pregunta ni interpreta. Su poesía intentaría iluminar con su visión lo que llama "la espantosa realidad de las cosas": el hecho de que una piedra sea una piedra y de que allí resida el supremo misterio del mundo.

Nuestro autor procuró contener "lo que tuvo forma sólo en una sonrisa o en una oportunidad..." Los relatos de muerte son la condición misma de la escritura, especialmente de la muerte de la memoria: le sucedía a Bernardo Soares el reencontrar pasajes que no recordaba haber escrito pero que tampoco recordaba haber podido escribir. Y entre estos universos de pasajes imposibles hay otros sesenta y tantos heterónimos de los que apenas nos llegan noticias.

La creación heterónima traduce al mismo tiempo la impotencia de concebir y expresar la Unidad y la tentativa de aproximarse a ella bajo la forma de unidades diferentes. La visión de un universo que nos reenvía permanentemente a nuestra propia imagen es a la vez la de un ser humano prisionero de su impotencia radical. El "drama en gente" es eso mismo: su contenido sería el de la impotencia creadora.

La "oportunidad fallada" de Pessoa está en el origen de su metamorfosis en los heterónimos. El fracaso de Pessoa es la condición misma de las obras en que se multiplica. Y ha sido vista en esa acción a pesar de todo de Pessoa (pues escribir versos es una acción, aunque el tema sea el de la imposibilidad de actuar) una salida para los impasses de su existencia. Aunque ya no haya lugar alguno donde ir restaría por lo menos la tarea de expresar esa impotencia. En la derrota se hallaría su victoria.

En el caso de Alvaro de Campos, también nos hallamos frente a la conciencia de la derrota. Su disponibilidad para la contradicción y su esencia de fallado lo caracterizarían como un impotente, pero no por no tener energía sino porque su propia energía lo vuelve impotente.

El ataque a la gramática, y especialmente al verbo, representa una apertura a la multiplicidad de la inacción que de por sí abre los horizontes de las posibilidades del hacer: "Ver claro es no actuar". Por eso no se pretende explicar racionalmente o controlar el mundo, y esta actitud sería, paradójicamente, racional. Actuar sería practicar, imperfeccionarse, exiliarse, desorientarse.

En el caso de “O Guardador de Rebanhos” de Alberto Caeiro nos encontramos con una evocación de la imposibilidad de alcanzar aquello que trasciende la percepción humana. Allí el poeta buscaba lo "imposible por naturaleza". Y ha sido vista la heteronimia misma también como una búsqueda de respuesta a esas imposibilidades.

Nos encontramos en Pessoa entonces con una estética fragmentaria construida con los materiales del límite. Si la belleza es imposible, aún queda la descripción de su fracaso, lo que demanda soñadores consumados.

Pessoa se interesa en la literatura como punto de reencuentro y conflicto de una presencia y una ausencia, en un espacio donde las cosas son y no son al mismo tiempo. La literatura sería para el autor portugués una vía de conocimento que cultiva la paradoja, y la gran literatura sería por tanto siempre ontológicamente "débil" y filosóficamente fuerte. El llamado "caminho da Serpente" nos lleva a reconocer a la literatura como una gran red cognitiva y como una confesión de insuficiencia. “O livro do desassossego”, en particular, es la confesión de un ser cuyas virtualidades no pueden realizarse. Se trataría de un ser inacabado, haciéndose constantemente y por lo tanto sin futuro, como el libro.

Una especie de no-libro o libro imposible coronaría el itinerario de aquel que se quiso nuestro viajante sin camino. Del libro imposible, texto diferido sin cesar, símbolo de la incapacidad de dar forma a un texto cerrado sobre sí mismo y símbolo de su certeza de la imposibilidad de cerrar un texto, los compiladores han hecho por suerte el libro llamado “O livro do desassossego”, texto que Pessoa nunca tuvo físicamente frente a sí, libro imposible. Se trataba de la angustia de comprobar que: "hablábamos de las cosas imposibles y todo el paisaje real era imposible también".

El “Livro do desassossego” ha sido visto por el mismo Pessoa como una ensoñación permanente. Y el sueño no descansa porque está habitado por lo imposible. Según él, somos desilusionados que vivimos del sueño: ilusión de quien no puede tener ilusiones. El lugar del sueño es el de la potencia no realizada, la vida social durmiente. Y más vale no poseer el sueño, para no perderlo y, con él, el horizonte de lo imposible.

Escritores y textos caen y nacen. Y algunos nacen ya muertos o mueren al caer, buscando lo imposible: "La vida, dijo Tarde, es la búsqueda de lo imposible a través de lo inútil; así diría, si lo hubiera dicho, Omar Khayyam".

La lectura y el sueño también se vuelven imposibles. Inevitablemente, los sueños son también, de esta manera, historias imposibles e inacabadas que se realizan en el olvido: "Para realizar un sueño es preciso olvidarlo, distraer la atención de él. Por eso realizar es no realizar".

Pessoa ejemplifica entonces la voz de un exilio, el canto de lo imposible. Se pasó la vida haciendo catálogos de obras que nunca escribió. Su obra es un paso hacia esas literaturas imposibles definidas por la ausencia. Sus imposibles revelan lo que nunca se revela totalmente: algo sería posible en lo imposible. La poesía es en él la inminencia de la posibilidad de lo imposible.

Pessoa, escritor canónico portugués, hace hablar a las literaturas imposibles, ligando su escritura a un despertar de aquellas. Escribió para nombrar fracasos.
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"Nacionalismo cosmopolita"

Por Carlos H. Rasines (Sociólogo)

Pessoa pone en guardia contra el provincianismo de los que miran deslumbrados hacia París, pero también contra el de quienes pretenden aislar a la nación. La tesis del nacionalismo cosmopolita —y el oxímoron anticipa el deseo de equilibrio— es: "La manera más simple de hacer surgir en un país una idea nacional es el conflicto de culturas: lanzar dentro de ese país más de una influencia extranjera; una neutralizará a otra y, en el esfuerzo de confrontarlas y asimilarlas, el país desenvuelve un espíritu propio, finalmente se descubre, se encuentra".

Su reformulación de la nación en el sentido de una pluralidad irreductible (de creencias, de valores, de estéticas) puede ser vista en conexión con los heterónimos, ya que está invocando la necesidad de un sujeto múltiple para un proyecto nacional que ya no se puede fundar en las motivaciones de un sujeto —individual o colectivo— siempre idéntico a sí mismo.

La grandeza de la nación se mide por la participación activa en el desarrollo de la civilización. Su vitalidad, por la eficacia con que nacionaliza lo importado. Polemiza así tanto con los nacionalismos que se ligan a un punto fijo del pasado como con los que arraigan en la idea de un presunto "ser nacional". En una época definida por las innovaciones sólo se puede atribuir a una nacionalidad "un modo especial de sintetizar las influencias del juego civilizacional", aceptando el presente y lo extranjero, y "buscando imprimir el cuño nacional no en la materia, sino en la forma de la obra".

Pessoa, pese a haber sido un crítico acérrimo de la democracia parlamentaria, representa una versión anti-reaccionaria del fenómeno nacionalista, en un momento en que la extrema derecha monopolizaba, en toda Europa, el discurso nacionalista. No cae en una visión regresiva y excluyente ni piensa la nación como encarnación de una esencia primordial. Su único "esencialismo" es el de la lengua: allí se atesora la única tradición pensable como tal.
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El provincianismo portugués

Pessoa publicó este artículo en 1928 en Noticias Ilustrado. Reconoce al provincianismo por tres síntomas: admiración por las grandes ciudades, admiración por la modernidad y falta de ironía.

Por Fernando Pessoa

Si, por uno de aquellos artificios cómodos, por los cuales simplificamos la realidad con el fin de comprenderla, quisiéramos resumir en un síndrome el mal superior portugués, diremos que ese mal consiste en el provincianismo. El hecho es triste, pero no nos es peculiar. De la misma dolencia enferman muchos otros países, que se consideran civilizantes con orgullo y error.

El provincianismo consiste en pertenecer a una civilización sin tomar parte en el desenvolvimiento superior de ella, en seguirla, por lo tanto, miméticamente, con una subordinación inconsciente y feliz.

El síndrome provinciano comprende, por lo menos, tres síntomas flagrantes: el entusiasmo y la admiración por los grandes medios y por las grandes ciudades; el entusiasmo y la admiración por el progreso y la modernidad; y, en la esfera mental superior, la incapacidad de ironía.

Si hay algo característico que inmediatamente distingue al provinciano, es la admiración por los grandes medios. Un parisino no admira París, disfruta de París. ¿Cómo habría de admirar aquello que es parte de él? Nadie se admira a sí mismo, salvo un paranoico con delirios de grandeza. (...) El amor al progreso y a lo moderno es la otra forma del mismo carácter provinciano. Los civilizados crean el progreso, crean la moda, crean la modernidad; por eso no les atribuyen mayor importancia. Nadie atribuye importancia a lo que produce. Quien admira la producción es el que no produce. Dígase incidentalmente: esta es una de las explicaciones del socialismo.

Si los creadores de civilización tienen alguna tendencia, es la de no reparar bien en la importancia de lo que crean. El Infante Don Henrique, pese a ser el más sistemático de todos los creadores de civilización, no vio qué prodigio estaba creando: toda la civilización transoceánica moderna, aunque con consecuencias abominables, como la existencia de Estados Unidos. Dante adoraba a Virgilio como un modelo y un guía, nunca soñaría en compararse con él; no hay, sin embargo, nada más cierto que la superioridad de La Divina Comedia sobre la Eneida. El provincianismo, por ende, se asombra de lo que no hizo; y se enorgullece de sentir ese asombro. Si no sintiese así, no sería provinciano.

Es en la incapacidad de ironía donde reside el trazo más profundo del provincianismo mental. Por ironía se entiende, no el dicho malicioso, como se cree en los cafés y en las redacciones, sino el decir una cosa para decir lo contrario. La esencia de la ironía consiste en que no se puede descubrir el segundo sentido del texto por ninguna palabra suya, deduciéndose pese a ello ese segundo sentido del hecho de ser imposible que el texto diga aquello que dice.

Así, el mayor de todos los ironistas, Swift, redactó durante una de las hambrunas en Irlanda, y como sátira brutal hacia Inglaterra, un escrito breve proponiendo una solución para esa hambruna. Propone que los irlandeses se coman a los propios hijos. Examina con gran seriedad el problema, y expone con claridad y ciencia la utilidad de los niños de menos de siete años como buen alimento. Ninguna palabra en esas páginas asombrosas quiebra la absoluta gravedad de la exposición (...)

La ironía es esto. Para su realización se exige un dominio absoluto de la expresión, producto de una cultura intensa; y aquello a lo que los ingleses llaman detachment: el poder de alejarse de uno mismo, de dividirse en dos, producto de aquel "desenvolvimiento de la amplitud de conciencia" en la que, según el historiador alemán Lamprecht, reside la esencia de la civilización. Para su realización se exige, en otras palabras, justamente no ser provinciano.

El ejemplo más flagrante del provincianismo portugués es Eça de Queirós. Es el ejemplo más flagrante porque fue el escritor portugués que más se preocupó (como todos los provincianos) por ser civilizado. Sus tentativas de ironía aterran no sólo por el grado de falencia, sino también por la inconsciencia de ella. (...) Compárese Eça de Queirós, no diré ya con Swift, sino, por ejemplo, con Anatole France. Se verá la diferencia entre un periodista, aunque brillante, de provincia, y un verdadero, si bien limitado, artista.

Para el provincianismo hay sólo una terapéutica: el saber que existe. El provincianismo vive de la inconsciencia; de suponernos civilizados cuando no lo somos, de suponernos civilizados precisamente por las cualidades por las que no lo somos. El principio de la cura está en la conciencia del mal, el de la verdad en el conocimiento del error. Cuando un enfermo sabe que está enfermo, ya no está enfermo. Estamos cerca de despertar, dice Novalis, cuando soñamos que soñamos.