Crónica de una cumbre inútil
FRANCISCO JOSÉ FARALDO En la maravillosa Extremadura de La Vera y El Jerte, de Cáceres y Monfragüe hay también -qué le vamos a hacer- una ciudad desastrada que se llama Badajoz. Hace unos días sufrió una transformación radical. El espacio aéreo fue cerrado al tráfico comercial, en los tejados había siluetas cenicientas portadoras de fusiles telescópicos, por la plaza alta cabalgaban jinetes uniformados y numerosos funcionarios municipales regaban las calles con mangueras o se encaramaban en andamios -sin casco, eso sí- para tapar con lonas las vergüenzas de los edificios deteriorados. Los hoteles habían instalado detectores de metales y a los huéspedes más rústicos se les invitaba a dejar en recepción las navajas de Don Benito, aunque ellos alegasen que sólo las utilizaban para cortar el queso. No había duda de que algún evento memorable se aproximaba. El viernes 24 de noviembre, por tierra y aire, llegaron las comitivas a la ciudad recién lavada. Del Este venían los anfitriones: nueve ministros encabezados por el presidente del Gobierno y seguidos por una cohorte de subsecretarios y directores generales. Del Oeste, sus análogos portugueses, con el «premier» a la cabeza. Eran en total más de 200 personas, entre ellas 18 ministros, que por vigésima segunda vez se reunían en una Cumbre Ibérica para tratar los asuntos comunes. Chocaba un poco tal despliegue; si las cosas entre los dos países iban tan bien como los responsables habían repetido hasta la saciedad, ¿no eran excesivos la logística y el alarde mediático desplegados? También Francia y España son vecinos, pero cuando franceses y españoles se reúnen, despachan todo con gran discreción en unas pocas horas a pesar de la gravedad de los temas que suelen llevar en la agenda. Las excelencias del jamón extremeño no bastaban para justificar semejantes movimientos de población. ¿A qué, pues, se debía tanta parafernalia? Asimismo, llamaba la atención la ausencia de los dos ministros de Fomento. Se suponía que el tren de Alta Velocidad entre los dos países era uno de los puntos fuertes de la cumbre, así que no se entendía que faltasen los responsables de los departamentos destinados a desarrollar el proyecto. La cumbre empezó mal. Más de mil manifestantes aguardaban bajo la lluvia para protestar contra la instalación de una refinería al lado de Villafranca de los Barros. Rodríguez Ibarra había intentado que la manifestación se prohibiese o se cambiase de lugar, pero la autorización judicial dio lugar a que junto a las imágenes de la ceremonia inaugural se colasen las de los manifestantes enarbolando pancartas nada amables para los gobiernos autónomo y central. Sin desanimarse, los doscientos y pico desplazados que en pro del entendimiento ibérico habían sacrificado un fin de semana en familia, se pusieron a trabajar a partir de ese momento. Por desgracia los resultados no se corresponden con la magnitud de los medios desplegados. Adentrémonos en el habitual mar de siglas para intentar comprender algo. Empecemos con el TGV (Tren de Gran Velocidad). Se anunció que comenzaría a circular en 2007. A fecha de hoy no se ha removido un solo metro cuadrado para su construcción. En la cumbre el asunto se despachó anunciando su aplazamiento para 2013. En la declaración final se anuncia que después de arduas deliberaciones, la estación fronteriza de Badajoz será gestionada conjuntamente y así se podrán recabar fondos europeos del Interreg. Astutos. El MIBEL significa Mercado Ibérico de la Electricidad. Según los españoles, ya funciona desde junio, aunque los portugueses no parecen estar muy de acuerdo. La fecha fijada en principio para su inicio era 2002. De momento, las tarifas no sólo no han bajado en ninguno de los dos países, sino que en Portugal subirán un 12 por ciento el próximo año. El único compromiso salido de la cumbre es que España pasa a comprar el 10% de su energía eléctrica en la bolsa común en vez del 5% anterior. Los consumidores, al saberlo, se estremecen de gozo. El MIBGAS es un invento análogo al de la electricidad, pero aplicado al gas. En vista del éxito de su hermano mayor ya raramente se le menciona. En esta cumbre se ha aludido a él de pasada y sin ningún acuerdo concreto. El Laboratorio de Nanotecnología se situará en Braga. En la cumbre anterior se había acordado su creación. Tras un año de reflexión se decide la sede. Es de esperar que en el próximo se consensúe dónde se compran las papeleras. El caso es agotar los tiempos de la publicidad. Los ministros de Defensa, que tienen que justificar de algún modo su presencia, afirman que se constituirá un Consejo de Seguridad entre ambos países que sustituirá al Consejo de Estados Mayores hasta ahora existente, con lo cual respiramos aliviados porque el fantasma de la guerra se aleja. Y así sucesivamente, hasta llegar al único acuerdo que puede justificar el montaje de este gran circo en el que se han convertido las relaciones ibéricas: en caso de incendio, los bomberos españoles y portugueses se podrán adentrar 15 kilómetros en territorio fronterizo sin ser bombardeados, en vez de los cinco actuales, para colaborar en los trabajos de extinción. Es preocupante esta tendencia a convertir la política en espectáculo. Mientras se celebraba la cumbre, a menos de 200 kilómetros, las descargas de los embalses españoles, incumpliendo convenios anteriores, inundaban poblaciones ribereñas portuguesas y ponían en peligro las vidas de los vecinos. Este mismo año, los retrasos en las descargas, que se hacen siempre en el último momento para evitar pérdidas a las compañías eléctricas, produjeron un descenso en la calidad de las aguas que llegaron al Alentejo totalmente contaminadas. Pese a la retórica de la hermandad ibérica, las relaciones entre los dos países abundan en asuntos sin resolver. El aprovechamiento compartido de los recursos comunes debería ser el primero y nunca se ha abordado con la suficiente seriedad; por lo visto no es lo suficientemente rentable como para merecer una cumbre monográfica que dé respuesta de una vez por todas a las demandas de las poblaciones. Por lo menos, Badajoz ha recibido un buen manguerazo. Pero una vez más, la montaña parió un ratón. Sería bueno que, en vez de continuar matando mosquitos a cañonazos los gobiernos hicieran un esfuerzo para conectar con la realidad, se bajaran de la cumbre o de la higuera, y comprendieran que en el siglo XXI montajes como el de Badajoz están fuera de lugar, no sirven a los ciudadanos y contribuyen al descrédito de la política. Francisco José Faraldo es coordinador de Área Ibérica. |
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