domingo, octubre 17, 2004

Alguna cosa sobre Virgilio Piñera



Virgilio Piñera en persona
Cubarte).- Bajo este acertado título ediciones UNION, casa editora de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), ha publicado un peculiar texto del crítico e investigador Carlos Espinosa Domínguez --radicado desde hace algunos años en los Estados Unidos--, escrito casi íntegramente en Cuba durante la década del ochenta.

A partir del intenso trabajo con la copiosa papelería dejada por Virgilio Piñera al morir, --que incluía artículos en periódicos y revistas, manuscritos, cartas, apuntes, proyectos de obras, una autobiografía inconclusa, páginas que parecen dar cuenta de un diario llevado sin mucho método, entre otros materiales--, del testimonio de algunos de sus hermanos, varios de sus colegas y sus más entrañables amigos entre los que se cuentan destacados dramaturgos, escritores, actores, directores y figuras de otras zonas de la cultura, Espinosa Domínguez consigue construir una lúcida coral que tiene la virtud de preservar el original tono coloquial de las entrevistas individuales que la sostienen.

Iniciada con una nota oficial del nacimiento a la que siguen las palabras autobiográficas y desmitificadoras de Piñera en torno a tal suceso, la evocación se extiende hasta el momento de la exhumación de los restos en el capitalino Cementerio de Colón, con el propósito de su traslado a la natal Cárdenas, en más de trescientas páginas organizadas en nueve capítulos que preludia un introito del autor y culminan la cronología y la bibliografía del escritor y unas breves notas de presentación de cada uno de los diecisiete entrevistados.

Conocemos así, de primera mano, la infancia y adolescencia en el seno familiar con sus frecuentes cambios de paisaje y su mantenida pobreza, las lecturas iniciales, el descubrimiento de Proust, las primeras incursiones en la creación literaria, las conferencias en el Liceo camagüeyano, las gestiones para la presentación del grupo teatral La cueva en el escenario del Principal de Camagüey -- a consecuencias de lo cual aparece su primer texto para la escena--, la definitiva radicación en La Habana, los años universitarios compartidos con José Antonio Portuondo, las estancias --que resumen doce años—en Buenos Aires, la relación allí con el escritor polaco Witold Gombrowicz y la intervención decisiva en la traducción al español de Ferdydurke, el encuentro con Jorge Luis Borges, Pepe Bianco; la alta estima en que lo tuvieron figuras de la talla de María Zambrano, Alfonso Reyes y el propio Borges; en tanto presenciamos aquellos hitos del teatro cubano que constituyeron los estrenos de Electra Garrigó, Jesús, Aire Frío, la premiación de Dos viejos pánicos en el Concurso Casa de las Américas; tenemos noticia de los pormenores de La boda ,que lleva a escena Adolfo de Luis, del proceso de elaboración de El encarne, de la publicación y reconocimiento internacional de los Cuentos fríos; le acompañamos durante sus luminosos años en Guanabo, su labor en el periódico Revolución y en su suplemento cultural; participamos de su espíritu polémico, sus concepciones acerca de la creación artística como destino recibido, su pasión y fidelidad absoluta a la literatura, su cotidianidad de ritos inflexibles y ambiente espartano, junto a los juegos de canasta y de dominó, los almuerzos en el restaurante Volga en compañía circunstancial de Luis Carbonell o Adolfo Llauradó, las tertulias en casa de Abelardo Estorino y luego en la añosa quinta de la familia Gómez, de los entretelones de su traducción al español del texto húngaro La tragedia del hombre, de Imre Mádach, de los momentos de esplendor y los duros años de silencio, a la par que asistimos al inicio de la amistad con Antón Arrufat, Luis Carbonell, Abilio Estévez, entre tantos otros, y al delicado proceso de construcción de los recíprocos afectos, mientras tras los individuales avatares se muestra, como oportuno telón de fondo, el transcurso de la vida sociocultural y teatral, en específico, de todos estos años y de manera oblicua emergen fragmentos de la trayectoria y las propias personalidades de un grupo de destacados artífices de nuestra cultura en su calidad de testimoniantes.

Como resultado, el diálogo colectivo va brindando los adecuados matices, las sutiles líneas imprescindibles a la imagen inacabada, de gruesos trazos, que nos ha sido legada a quienes no le conocimos y permite aflorar, entonces, la del ser tocado por un inmenso talento y una avasalladora pasión literaria, pleno de delicadezas, dueño de un humor envidiable, respetuoso de la gracia creadora donde quiera que la hallara.

Libro paciente e inteligentemente armado, que se lee con avidez de la primera a la última página, con sorpresa, regocijo, y también con dolor, en él Carlos Espinosa ha encontrado el modo mejor de reconstruir la figura de este oficiante de la conversación por excelencia quien fuera, como acertadamente ha dicho Antón Arrufat, una de las dos leyendas vivas de nuestro medio cultural en su momento, junto a José Lezama Lima, su contemporáneo y amigo.

Virgilio Piñera es uno de los renovadores del teatro cubano, no solo desde la perspectiva estanca de la dramaturgia, en la cual ocupa lugar cimero junto a Ramos y a Triana, sino, además, en lo concerniente a su concepción del teatro como expresión artística; la individualidad creadora que propicia el salto hacia la contemporaneidad desde la construcción de sus textos mediante el empleo de nuevos lenguajes, la inserción en un espíritu universal y la experimentación como premisa. Constituye, desde la década de los noventa en que comienza su redescubrimiento por parte de las nuevas promociones de creadores, el dramaturgo cubano más representado, símbolo inspirador --en más de un sentido--de las nuevas hornadas de dramaturgos, directores, críticos y ensayistas, de continuo referido en las diversos ejercicios que conforman el panorama actual de la actividad escénica

La excelencia de su obra dramática, narrativa y poética, la sagacidad de su mirada crítica y de su ensayística, su intervención en la realización de diversos proyectos culturales, su vertical posición en torno al compromiso del artista con su creación, lo convirtieron en una de las más altas personalidades de nuestra cultura en el pasado siglo y, también, en un ser irradiante hacia el presente.

Artículo de Esther Suárez Durán
Fuente CUBARTE
Publicado en Escuela de Letras
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