jueves, octubre 14, 2004

EL DON DE LILITH, DE ANDREA LUCA



Podríamos tomarnos este libro como un original bocado de Biblia, pues esa es su base mitológica primera, desde la cita inicial de Isaías (que, por cierto, es 34:13 y 34:14, no sólo 34:14 como pone). Pero no lo haremos porque, sobre todo, es un punto y seguido en el prolijo debate que en la literatura se ha dado muy a menudo: el del autor (poeta) consigo mismo (su otro yo). Para ello rescata Andrea Luca la figura de un poco conocido demonio hebreo con orígenes babilónicos -Lilith- y emparentado, de lejos, con ciertos congéneres demoníacos de las mitologías china, hindú y abisinia, todos ellos, desde luego, apasionantes en su dimensión simbólica. Y, en el rescate, el mito demoníaco gana en “personalidad” y en factura, pues es aquí un Yo expreso en los poemas en los que, verso a verso, piedra a piedra de esta construcción poética, revela -así se desprende de ciertas reflexiones- un carácter de similitud con el Yo poético y con el Yo real de la autora. Es, por lo tanto, una humanización, una personificación, pero también, y desde el otro lado, una especie de -permítaseme llamarle así- generalización que hace del mortal -la propia Andrea, que, ante Lilith, podría ser cualquier lector indentificado- un nuevo demonio que mira, que reflexiona… también.

El libro, tomado como unidad de principio a fin, debería tener una más firme cohesión; pero no por eso deja de haber nexos, tanto semánticos como formales: la constante presencia de ese Yo “personaje”-poeta, la trabajada sintaxis o la belleza de las construcciones: “El sueño duerme en posición fetal / adorador de la luna en su fase plena. / Cuando despierta, aúlla la memoria / que pierde, y vuelve la vida a habitar / el páramo”.

Quizás un poco nihilista, tal vez bastante iconoclasta (“Tonto Dios, creador de humanos seres, / tantas veces engañado”), en esta interesante colección también se encuentra esa presencia fantasmal que tanto lleva al hombre a la reflexión y a la abstracción -como el fuego-, que tanto perfila la medida de todas las cosas: el tiempo en su transcurso. Por esto y también por lo anterior, dice: “…Así un siglo y otro siglo se desvanecen. / Eva será mito y Adán / el mito consorte; Dios, sociología antropológica / en cátedra docente. Sólo tú, Satán y Belcebú, / Moloch, Chamós y demás príncipes de las tinieblas, / tenéis la jerarquía garantizada. / A vosotros, pues, corresponde recordar esta raza / después de la destrucción”. Un tiempo que transcurre y en cuyo transcurso la autora diseña toda una galería de demonios que no son más que la expresión distorsionada de un mundo absurdo y sinsentido: el de los humanos. Esta es, a la par, la forma de Andrea Luca para rebelarse contra Dios.

Invitamos al lector a que se adentre en este universo -todo libro de poesía lo es; todo libro puede que lo sea- porque, siga o no la idea global que nos transmite y dejando de lado algunos tópicos (“Atrás las fotografías que amarillean / como hojas cada Otoño”), la bella forma y el valor de la palabra en sí misma (“En tus palabras de invierno / habito como la crisálida. / En la sedosa pared de tu boca / mi cuerpo urdido en lujuria / se transforma / de fálico gusano en mariposa”), son garantías más que aceptables. Como en toda poesía, sólo por la forma se percibe la objetividad y sólo en el juicio de la forma se puede hallar un juicio objetivo.

Ediciones Endymion, Madrid, 1990

Reseña de lectura por Francisco J. Lauriño.
(REY LAGARTO Núm. 7, 1990, III)