EL DON DE LILITH, DE ANDREA LUCA
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Podríamos tomarnos este libro como un original bocado de Biblia, pues esa es su base mitológica primera, desde la cita inicial de Isaías (que, por cierto, es 34:13 y 34:14, no sólo 34:14 como pone). Pero no lo haremos porque, sobre todo, es un punto y seguido en el prolijo debate que en la literatura se ha dado muy a menudo: el del autor (poeta) consigo mismo (su otro yo). Para ello rescata Andrea Luca la figura de un poco conocido demonio hebreo con orígenes babilónicos -Lilith- y emparentado, de lejos, con ciertos congéneres demoníacos de las mitologías china, hindú y abisinia, todos ellos, desde luego, apasionantes en su dimensión simbólica. Y, en el rescate, el mito demoníaco gana en “personalidad” y en factura, pues es aquí un Yo expreso en los poemas en los que, verso a verso, piedra a piedra de esta construcción poética, revela -así se desprende de ciertas reflexiones- un carácter de similitud con el Yo poético y con el Yo real de la autora. Es, por lo tanto, una humanización, una personificación, pero también, y desde el otro lado, una especie de -permítaseme llamarle así- generalización que hace del mortal -la propia Andrea, que, ante Lilith, podría ser cualquier lector indentificado- un nuevo demonio que mira, que reflexiona… también. El libro, tomado como unidad de principio a fin, debería tener una más firme cohesión; pero no por eso deja de haber nexos, tanto semánticos como formales: la constante presencia de ese Yo “personaje”-poeta, la trabajada sintaxis o la belleza de las construcciones: “El sueño duerme en posición fetal / adorador de la luna en su fase plena. / Cuando despierta, aúlla la memoria / que pierde, y vuelve la vida a habitar / el páramo”. Quizás un poco nihilista, tal vez bastante iconoclasta (“Tonto Dios, creador de humanos seres, / tantas veces engañado”), en esta interesante colección también se encuentra esa presencia fantasmal que tanto lleva al hombre a la reflexión y a la abstracción -como el fuego-, que tanto perfila la medida de todas las cosas: el tiempo en su transcurso. Por esto y también por lo anterior, dice: “…Así un siglo y otro siglo se desvanecen. / Eva será mito y Adán / el mito consorte; Dios, sociología antropológica / en cátedra docente. Sólo tú, Satán y Belcebú, / Moloch, Chamós y demás príncipes de las tinieblas, / tenéis la jerarquía garantizada. / A vosotros, pues, corresponde recordar esta raza / después de la destrucción”. Un tiempo que transcurre y en cuyo transcurso la autora diseña toda una galería de demonios que no son más que la expresión distorsionada de un mundo absurdo y sinsentido: el de los humanos. Esta es, a la par, la forma de Andrea Luca para rebelarse contra Dios. Invitamos al lector a que se adentre en este universo -todo libro de poesía lo es; todo libro puede que lo sea- porque, siga o no la idea global que nos transmite y dejando de lado algunos tópicos (“Atrás las fotografías que amarillean / como hojas cada Otoño”), la bella forma y el valor de la palabra en sí misma (“En tus palabras de invierno / habito como la crisálida. / En la sedosa pared de tu boca / mi cuerpo urdido en lujuria / se transforma / de fálico gusano en mariposa”), son garantías más que aceptables. Como en toda poesía, sólo por la forma se percibe la objetividad y sólo en el juicio de la forma se puede hallar un juicio objetivo. Ediciones Endymion, Madrid, 1990 Reseña de lectura por Francisco J. Lauriño. (REY LAGARTO Núm. 7, 1990, III) |



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