lunes, diciembre 13, 2004

CATÁLOGO DE INFIERNOS, DE JOSÉ LUIS CAMPAL



Existen en este diminuto libro de poesía dos “y” que resultan altamente expresivas. Las dos aparecen en el mismo poema: son su principio y su final; se trata del último, el número IX, cuyo título, el mismo número, va precedido de “y” (ilustrando, así, la información de que el lector acometerá con él su delectación en el último poema) y cuyo fin es un seco verso -sequísimo-, que no dudamos en calificar de “invernal”: “Un soplo y”, así, sin punto, sin siquiera esos puntos suspensivos que el suspenso de la lectura espera. De ese modo “y” muy bien podría ser el nombre del “soplo” (“el soplo y”), o una sencilla conjunción fuera de su lugar, o una mísera errata (el técnico de composición tecleó “y” en lugar de “.” (punto). Pero pensamos que en Campal ha de ser algo más que todo eso. O una broma.

Lo cierto es que Catálogo de Infiernos es un opúsculo serio aunque enjuto que se bebe de un solo trago, un trago que, creemos, ni aún a su autor debe de haber calmado la sed. Los poemas son expresivos, claros (y si son oscuros, que lo son, es por la iluminación que les otorga Campal), fulminantes (“Fulminado por las ácidas fiebres del vértigo”).

Predominan vocablos clasificables en campos semánticos muy próximos entre sí: “ácido”, “grumoso”, “descompondría” (I), “vacío”, “sima” (II), “cavernoso”, “ponzoña”, “perdedores” (III), “pus”, “terror” (IV)… Y permítasenos cesar en la enumeración porque correríamos el riesgo de, completándola, hacer en esta reseña una transcripción casi íntegra del poemario. La voz poética se desparrama en lejanías, en aplastamientos (¡y qué aplastamientos!), como si se tratara de sangre, sangre joven disecada que dolorosamente gime. Son gemidos con eco, que resuenan como al través de un altavoz, de un megáfono vibrante que, aunque a veces chirríe, chirría acompasadamente a su propia naturaleza. Bramidos en cavernas -con megáfono-, conjunto de soliloquios -enseñados-, parece que aspiran al vacío porque en él ha de encontrarse su más genuina esencia (en este caso, como polos diferentes de un imán, los dos campos opuestos se atraen, endemoniadamente).

En el alma de Campal hay un enorme monstruo que le impide (“catálogo de infiernos”) escribir poemas de amor, si es que los de la muerte no lo son. Alucinado el infierno con que nos rocía -el suyo-, este poeta polifacético -polipoeta podría decirse- nos transmite sus estentóreos miedos y crea, así, el poemario del terror, una tiniebla partida en nueve jirones-gemido, inconclusa y digna de ser tenida sobre la mesa, además de su “y” final.
(Ayuntamiento de Laviana, 1991)
Reseña de lectura de Francisco J. Lauriño
(REY LAGARTO Núm. 11-12, 1991, III-IV)