miércoles, marzo 24, 2004

VIAJEM A LISBOA


5.
El día que los milicianos serbios comenzaron a retirar las piezas de artillería que asediaban Sarajevo y replegarse a posiciones más retrasadas empecé a sentir el peso de la guerra. Una vez más comienza el largo camino de la retirada. Viajé a Lisboa con el impetu entumecido, ahíto de rutina, y a los dos días recuperé el gusto por las cosas, por el callejeo diurno. Las pantallas se trasladan a las ruas y lo voy grabando todo para un documental. La vieja Lisboa estaba electoralmente vacía y de férias, una campaña muy parca en medios, muy sosa. Los eléctricos lentos y atestados de italianos están asistiendo a su velatorio con sus familiares, una especie de nova ave del paraíso que transita desde el confort del aire acondicionado por la rede dos carris. La Cámara Municipal restaura la estatua del Marqués de Pombal dentro de una estructura rascacielista que rompe la foto que todos nos sacamos. De vuelta al hotel unos cabos primeros dan un golpe de estado en Sao Tomé e Principe que dura cuarentayocho horas. Me alojo a espaldas de la mezquita de Lisboa, en Seteríos, en la calle se sitúan cinco iglesias de otras tantas confesiones. Espero el buc cada mañana con ansiedad, tanta espiritualidad concentrada en tan pocos metros cuadrados me incomoda, me desasosiega. Prefiero el aire que dejan los taxis bajando por la Avenidad da Liberdade camino de Restauradores. Los techos empiezan a bajar y la ciudad vuelve por momentos al tiempo del que nunca podrá escapar.



La ciudad que los hombres dejaron de habitar está ahora sitiada por ellos
No debe pasar inadvertida la exageración que hay en la palabra sitiada
Como exageración habría en la palabra cercada u otra cualquiera sinónima sin querer levantar la polémica de la sinonimia perfecta
Los hombres están apenas alrededor de la ciudad tan incapaces de entrar en ella como de alejarse mucho definitivamente
Son como polillas de la noche atraídas no por las luces de la ciudad que hace mucho se apagaron
Mas por el perfil desarticulado de los tejados y los penachos y también por la red impalpable de las antenas de televisión
De día una enorme ausencia guarda las puertas de la ciudad
Y las calles tienen aquel exceso de silencio que hay en lo que fue habitado y ahora no
En la ciudad apenas viven los lobos
De este modo se invirtió el orden natural de las cosas están los hombres fuera y los lobos dentro
Nada sucede antes de la noche
Entonces salen los lobos a cazar a los hombres y siempre apañan alguno
Que entra al fin en la ciudad dejando por donde pasa un reguero de sangre
Allí donde en tiempos más felices combinara con parientes y amigos almuerzos intrigas calumnias
Y cacerías de lobos