martes, julio 26, 2005

La gloria del 'klezmer'





Los grupos Kroke y Klezmatics ofrecieron una soberbia actuación conjunta en el festival Pirineos Sur

MINGUS B. FORMENTOR - 25/07/2005 Para La Vanguardia
Lanuza

Por fin, tras diez veladas de festival, tuvimos un concierto comparable a los que hicieron de Pirineos Sur un certamen de referencia durante su quinquenio dorado (1995-1999). Los ya escasos seguidores irreductibles que mantiene el festival oscense sacaron las orejas de pena a golpes de klezmer, afincados en esa psiconáutica frontera de América del Norte que une Cracovia con el East Village neoyorquino, de la mano de los ya bien conocidos e hipnóticos Kroke y de unos bienhallados Klezmatics. Por fin, Lanuza volvió a ser un escenario preñado de magia artística.

Es difícil exagerar las apreciaciones encomiásticas sobre la tremenda calidad musical de Kroke, un trío de músicos polacos educados en conservatorio, madurados en las calles y plazas de su Cracovia originaria y que pueden hacer inmediatamente accesibles a cualquier audiencia las más sofisticadas armonizaciones, contrapuntos y soliloquios instrumentales. Música que llega a un mismo tiempo y con idéntica intensidad al estómago, el corazón y el cerebro. Se mueven dentro de los territorios del klezmer centroeuropeo, pero de hecho van bastante más allá; se incardinan en una camerística de lujo contemporánea, veteada con el mejor espíritu jazzístico. Saltan de la profunda introspección a los más cabrioleantes fuegos de artificio sin esfuerzo aparente, como si ello estuviese incorporado a su ADN musical, y ahora mismo esa increíble facilidad queda asentada y enmarcada por la incorporación de un funcionalísimo batería. Violín, viola, contrabajo, acordeón y percusión, en las sabias manos de Kukurba, Lato y Bawol, iban trenzando una abductora banda sónica (Time, Water, Dance, Sun, Light in the darkness...) para un mundo que se disipa, desvanece, desaparece, hasta que de pronto, ¡ clic!, fueron entrando en escena algunos miembros de Klezmatics, Lisa Gutkin (violín), Matt Darriau (clarinete), Frank London (trompeta), y comenzó a escanciarse sobre nuestros oídos pura brujería.

¡ Cómo levitaban nuestras emociones órficas ante el tórrido, anárquico y torrecial soplo de London columpiánose en las angélicas cuerdas de Kukurba y Gutkin! Estábamos ante uno de aquellos mágicos momentos musicales a la vera del pantano de Lanuza.

Nunca habían tocado juntos. Pero se reconocen más entre sí los artistas por el saber profundo que atesoran sus espíritus que por el superficial conocimiento que conlleva el trato y el ensayo reglado. El más universal de los lenguajes andaba ejerciendo su salutífera función. Más tarde, con el ánimo todavía en suspenso, se asentaron en escena los Klezmatics al completo y dieron un soberbio concierto, klezmer abierto, jazz libre, folk contemporáneo, gran música a la que le sobran etiquetas y le falta mayor y mejor difusión. Al cabo, una noche feliz.

Le queda al festival un cuarto de etapas. Pero, en buena lógica, será imposible que haya otra noche que supere a ésta, incluso que pueda equiparársele (quizá con la salve-dad de lo que puedan deparar Zawinul y Tuncboyaciyan con su cohorte de acompañantes). Otro año de floja cosecha a la sombra del monte Balaitus y a la luz de lunas multiestrelladas. Me temo que nos hemos extraviado lo suyo En las fronteras de América del Norte. Pero por una noche vimos la luz.