"Para ser escritor había que desviarse, había que vivir"
Ayer mismo tuve que investigar algo más sobre Salvador Benesdra (en adelante SB) y encontré en Página12 un homenaje que Raquel Garzón le dedica y que me recorrió de arriba a bajo trayendo a mi memoria a Pedro Casariego Córdoba (PECASCOR). A ambos quiero recordar hoy con un poema de PECASCOR y con el artículo que a buen seguro Raquel no tiene inconveniente en que aparezca reproducido en PopNox, gracias de antemano. ¿Qué piensa hacer este extraño tipo con alas? La sorprendente verdad es que no tengo la menor idea, y mi ignorancia no me importa demasiado. Lo decisivo de todo este pequeño asunto es que este hombre de espíritu contemplativo volará correctamente en cuanto se lo proponga. Lo que desconozco es cuándo propondrá, pues es un ser de naturaleza perezosa y de lánguidos ademánes de principe que nunca se sentará en trono alguno. Un país de muy quebrado relieve rodea al hombre alado. Hay manantiales para el sediento y ecos que tientan al hombre silencioso..... (La vida puede ser una lata)PeCasCor. Ediciones Árdora Madrid 1994 HOMENAJE A SALVADOR BENESDRA Mapa de un tesoro oculto Polemista profesional, políglota autodidacto y periodista, fue, además, un escritor casi secreto. En "El traductor", su única novela, ficción y realidad tejen una de las historias más deslumbrantes de los 90. Un libro que nos maravilla es siempre un regalo. Pero puede ser la pista de un asombro mayor: el descubrimiento de un narrador tan atípico en su apuesta literaria como en su vida, verdadera novela por entregas y materia prima de la ficción. Escrito en Buenos Aires entre 1992 y 1994, El traductor tiene más de 600 páginas, es la única novela de un escritor prácticamente desconocido —Salvador Benesdra—, fue finalista del Premio Planeta 95 y logró un subsidio para publicación de la Fundación Antorchas. Pero SB no llegó a recibirlo, porque se mató pocos meses antes, el 2 de enero de 1996, saltando al vacío desde el balcón de su casa, el 10ø piso de Solís 456. Dos años después y gracias a una edición paga, la novela fue publicada por De la Flor. Las pocas lecturas periodísticas no ahorraron fervor: se lo comparó con Rayuela, Adán Buenosayres y los textos de Alfred Döblin y Robert Musil por su ambiciosa reflexión sobre la vida contemporánea y su retrato polifónico de la ciudad. Luego corrió la suerte ingrata de los libros que hibernan en depósitos. Benesdra era psicólogo y docente de la UBA. Su pasado incluye militancia en el Partido Obrero y actividad sindical, estudios en Francia y Alemania, años de periodismo, internaciones psiquiátricas e intentos de suicidio. Tenía 43 años, un buen pasar (gracias a un pequeño proyecto editorial desarrollado para SOCMA) y ningún contacto con el mundo literario, cosa que explica, parcialmente, la originalidad de su novela: el desenfrenado monólogo de Ricardo Zevi (alter ego de SB) que en tiempos de utilería menemista sobrevive a los derrumbes simultáneos de la URSS, sus ilusiones y la escenografía "progre" de Turba, editorial en la cual trabaja, y —para algunos— versión ficcional de Página/12, donde SB fue redactor. Todo esto, mientras traduce a (y se pelea con) Brockner, un filósofo de ultraderecha (inventado de pies a discurso), y trata de encarrilar su vida amorosa junto a Romina, salteña, adventista y con problemas sexuales. En el caso Benesdra suenan otros ecos: el de John Kennedy Toole, que se suicidó en 1969 sin haber hallado editor para La conjura de los necios, luego clásico de la narrativa estadounidense, que lleva vendidos, sólo en castellano, unos de 700 mil ejemplares. O el que lo acerca a Santiago Dabove, argentino y autor de un único libro, La muerte y su traje, prologado por Borges y menos recordado de lo que su calidad merece. Más allá de estos paralelos, El traductor se alza como una primera novela notable. Huella cierta de un escritor desmesurado, dueño de una de las prosas más promisorias de la última década y con un mundo propio que recuerda, en su pintura de faunas diversas, al mejor Arlt. Hasta aquí, los datos que ofrecen el libro y el boca a boca. Ayer, 29 de noviembre, Salvador Benesdra hubiera cumplido 50 años. Y queremos contar su historia. Sobre SB (1952-1996), periodista argentino especializado en política internacional y economía que trabajó en La voz, La Razón y Página/12, políglota autodidacto, insomne de noches que duraban días enteros, orador brillante, lector voraz y errático y líder sindical conocido por dar vuelta asambleas gremiales con sólo tomar la palabra, se oyen las anécdotas más diversas. Quienes lo conocieron (las múltiples voces de este artículo) guardan recuerdos de antología. Muchos, sin embargo, prefieren el anonimato. Una reserva fundada en las esquirlas de esa muerte trágica y reciente. "¿Sabés cómo empezó a escribir El traductor? En el colectivo, con una laptop", cuenta una colega que lo conoció en Página. Antes de eso, nadie sabía de su vocación de escritor. "Pero siempre fue especial. En séptimo grado, mientras todos pensábamos en jugar a la pelota, el Turco era un frondizista apasionado", agrega Alejandro Mantero, compinche desde el Mariano Acosta. Se dice también que no habló hasta los 3 años y que de chico fue tartamudo. Que a los 12 ya había terminado de leer las obras completas de Lenin y a los 15 había afiliado al PO a Carlos Luis, su profesor de literatura en el Nacional Buenos Aires. Que aprobó la carrera de psicología en dos años para no ejercerla nunca. Que, polemista profesional, era capaz de convencer a las piedras, pero un tronco con las mujeres. Cuentan también que nadaba (en mar abierto) y bailaba (tango y samba) como los dioses. Que fue un hombre de lucidez y memoria irritantes, capaz de hacerle morder el polvo al historiador británico Paul Johnson refutando sus inconsistencias, como lo hizo en una entrevista del 91 que merecería figurar entre las highlights del periodismo argentino. Y que, con todo, aprendió a manejar recién a los 40, para protagonizar —por despiste y velocidad— los choques más inverosímiles. En voz baja, propios y ajenos dicen además que estaba loco y que El traductor es, en gran parte, un reflejo de su vida, de su personalidad torrencial y de sus obsesiones. Fue víctima de brotes psicóticos ocasionales que lo llevaron en París (donde estudió psicología genética con Pierre Gréco y vivió entre 1977 y 1980) a ser internado en la Maison Blanche y en Buenos Aires a diferentes clínicas privadas y al Borda. Más allá de estos episodios, afirman, era un tipo simpático y generoso que podía reírse de su propia enfermedad con un: "Y sí, me broté... como los árboles". Todo es esencialmente cierto. También, los hondos bajones seguidos de rampante euforia (al mejor estilo Mr. Jones, el personaje maníaco depresivo de Richard Gere en cine), la paranoia, las páginas escritas con sangre propia en sus diarios íntimos y su negativa a tener hijos con las tres parejas decisivas de su vida. Una falta que compensó en la ficción con el hijo de Zevi, Roman, palabra que en francés y alemán quiere decir, significativamente, "novela". Una de las ideas fijas de Benesdra era ganar plata: "No era avaricia, Salvador la asociaba con la libertad ", precisa una de sus amigas más cercanas. Esta ambición explica en parte la existencia de El camino total, un libro de autoayuda sui generis, previo a El traductor y aún inédito, en el cual SB defendió desde el zen y otras disciplinas una tesis inquietante: para salir del dolor hay que adentrarse en él y "adquirir una habilidad, la habilidad del faquir". Todo indica que predicaba con el ejemplo: algunos testimonios refieren que por esa época hablaba incluso de dejar el sexo. El subtítulo —"Técnicas no ingenuas de autoayuda para gente en crisis en tiempos de cambio"— precisa el contenido del libro y coquetea con los límites de un género —la autoayuda— que Benesdra refutó con su propio final. La paradoja (y el humor negro) de un texto de estas características escrito por un suicida lo eximió de publicación. Pero aunque difícil de digerir, el libro no es contradictorio: Benesdra respetaba el suicidio como elección. A principios de los 90 hay quienes recuerdan haber visto a SB en Letras considerando volver a la aulas (además de psicología, había estudiado algo de matemática y ciencias económicas). "Lo curioso era que no preguntaba lo que habitualmente intriga a un estudiante. Estaba obsesionado con la idea de ganar becas, de hacer dinero. Mencionó incluso la posibilidad de escribir una novela", recuerda una docente que lo cruzó en la Facultad. Ese fue, aparentemente, el germen de El Traductor: SB soñaba con ganar el premio Planeta, que asignaba 40 mil pesos a la novela ganadora. En esa época, sin embargo, muchos de los periodistas de Página/12 donde él trabajaba (con tensiones dada su actividad sindical) estaban vinculados con Planeta: Miguel Briante, Tomás Eloy Martínez... Así fue cómo, en la ficción, el diario se convirtió en Turba, la editorial de izquierda en la que trabaja Zevi, y el periodista mutó en traductor. Un oficio que, en verdad, no era ajeno a Benesdra. Edhasa conserva aún en su catálogo, un libro traducido por él, Sobre la ciencia ficción, 337 páginas de UFOs, que lo acompañarían de la literatura al delirio: la invasión extraterrestre fue estribillo recurrente de sus brotes. En 1998 llegó a creer que los ovnis habían robado el Obelisco y sólo aceptó internarse, escoltado por dos amigos, tras verificar que seguía en su sitio. "Para soportar la tensión, nos habíamos bajado media botella de whisky. Imaginate la escena: dos borrachos y un loco subidos a un taxi a las cuatro y media de la mañana chequeando que el Obelisco estuviera en pie", relata uno de los protagonistas. Hijo menor de una familia acomodada, dueña de la zapatería Greco (junto a Guido y Grimoldi, una de las tres g que calzaron a varias generaciones de argentinos), Salvador Benesdra mantuvo una relación muy compleja con sus padres, que recreó en su novela. Las contadas menciones a la familia de Zevi incluyen a las institutrices del propio Benesdra y el relato de una de sus fantasías infantiles: imaginar a cada miembro del clan como un monstruo. Así también, el delirio de Zevi es un patchwork ficcional de crisis reales: el altercado con la policía que lo lleva al Borda, su negativa a tomar remedios, la rebelión tipo Atrapados sin salida que Zevi promueve en el hospicio y la "fuga" de éste, del que sale caminando sin dar explicaciones fueron hechos compartidos por su entorno. El traductor compitió dos veces por el Planeta: en el 94 y el 95. Por Briante, jurado del premio, SB supo que el primer año no había pasado la preselección. Reincidió y llegó al final, pero no ganó. El golpe, dicen, lo afectó mucho. Tanto como el peregrinaje hacia no menos de 10 editoriales (Anagrama, Tusquets, Espasa Calpe y Emecé entre ellas) que rechazaron el libro por no ajustarse a criterios de mercado. Para entonces, SB ya había dejado el trotskismo, las redacciones y salvo ocasionales trabajos como free-lance estaba dedicado a escribir. Cumplía así un circuito que marcó hasta los 70 la relación entre periodismo y literatura en la Argentina: diarios y revistas que atraían con su bohemia de horarios laxos y papel pautado a narradores (Arlt, Borges, González Tuñón, H. Conti, R. Walsh y A. Rivera entre otros), expulsados luego por las exigencias y ritmos crecientes de las empresas periodísticas, diezmados por la dictadura o absorbidos por su propia carrera literaria. En 1995, SB alquiló una casita sobre la playa en Arachania, Uruguay, y empezó a pensar su segunda novela, Puntería. "Estamos en un tiempo indefinido de un futuro cercano, en una Buenos Aires donde el índice de desocupación se estabilizó definitivamente en torno del 30%", comienza el borrador argumental que, escrito en el 95, parece hablar de 2002. "Un canal de TV recoge un hecho curioso: un empleado de una gran compañía nacional (los dueños deben vivir aquí) asesina en el parking de la empresa al propietario que acaba de despedirlo. La noticia pasa un solo día por la pantalla. Al día siguiente, un directivo del canal advierte a la gente del noticiero que no juegue con fuego: en EEUU fueron asesinados en 1993-4 unos 700 patrones por empleados resentidos con ellos por diversos motivos (dato real)." El proyecto, iniciado el 24 de octubre de 1995, tiene cuatro entradas. La última es del 27 de noviembre, un mes y una semana antes de que SB saltara desde el balcón de su departamento en Buenos Aires, al que había vuelto para reponerse de un lumbago que lo tenía tieso. De ese bosquejo —hoy en manos de Julie, una de sus hermanas— se desprende que SB quería darle un giro a su escritura: "El lenguaje (...) buscará imitar la velocidad de la cultura massmediática. Espero no incluir una sola frase de tono lírico, como las que componen casi todo El traductor". Julie, poeta y autora de El infierno celeste, recuerda el entusiasmo de SB: "Guardaba el título como un tesoro: sólo lo había compartido conmigo". Algunos amigos recuerdan que durante los últimos días de su vida, SB estaba deprimido y que había gestionado incluso su internación en una clínica (luego cancelada). Julie sostiene, en cambio, que Salvador dejó una carta final "en la cual, contra los que hablaron de depresión, dice que se mata en estado de exaltación, tranquilo económica y emocionalmente". Ambas versiones son confusas, incompletas y, como en todo relato que busca preservar una imagen (la del amigo, el pariente, el amante), su hilo conductor es el secreto. Fiel en otro sentido es un autorretrato de SB: el 5 de octubre de 1992, poco antes de cumplir 40 años, Benesdra grabó un video casero. La idea era guardar su imagen, componer un recuerdo físico. Sentado sobre un sillón blanquísimo, confiesa que se ve feo, narigón. Recrea un simulacro de asamblea sindical, canta en francés y en alemán, ríe a carcajadas ("¿llegaste risa, llegaste al celuloide?") y habla, casi con pudor, de El traductor: "Mi primer intento de escribir una novela". Acababa de terminar el capítulo uno. No le gustaba, pero había anhelado escribir ficción desde los 12 y lograrlo al fin era indicio de salud. Tres años y tres meses después, el libro estaba terminado y Benesdra, muerto. En 1998 sus íntimos decidieron editarlo y contrataron a Elvio E. Gandolfo para sugerir cortes. Aconsejó no tocarlo. "Para ser escritor había que desviarse, había que vivir", le confesaba a la cámara Salvador Benesdra en el 92. Su legado es una novela que no se parece a ninguna. Es hora de correr la voz. Gracias a los dos por la literatura que nos dejaron. |
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