jueves, junio 16, 2005

LOS DEDOS DE LA MEMORIA




Guy Selz:



Los dedos de la memoria (*)





Los ensamblados, los collages, los montajes, forman parte de la estructura de los sueños, de la arquitectura del amor y de ciertos dominios de las artes: el sueño se envuelve en el sueño, el sexo se estremece entre sus envolturas, el detalle se inscribe en el motivo. Siempre se trata de una confrontación, de una elección entre elementos que se aproximan, se añaden, se entremezclan o se encajan unos con otros; los cuales, de pronto reunidos, crean y proponen un valor nuevo. En el presente caso, a propósito de una colección extraña, las consideraciones se refieren a los resultados sorprendentes que pueden alcanzar, en manos de una “loca”, fragmentos de tejidos y parcelas de recuerdos trabajados minuciosamente: “las muñecas sexuadas” de Madame Zka (1).

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Los juegos de paciencia o los de la pasión y los trabajos de la locura, a veces resultan tan semejantes, que no parecería irrazonable compararlos con los de los conventos, las casas llamadas “de locos” -–y, algunas veces, las casas burguesas o las casas de campo.

Por una parte relicarios, y dibujos o construcciones por otra, se encuentra en cualquiera de ellos, llevando hasta el delirio mismo su abuso ornamental, un sentido extravagante del movimiento, una sobrecarga del placer.

El rellenado, la necesidad imperiosa de “cubrir lo blanco”, como un temor al vacío, a la nada –la necesidad de explicitar, de valorar, de darse a entender.

Sustraerse al desastre.

Una dulce locura moderada, muy próxima a la locura religiosa y a la locura a secas. Pasar el tiempo, utilizar los retazos, reunidos con amor, de minúsculos residuos, rescatar lo que estaba condenado a desaparecer y volver a otorgarle una nueva vida, preservar la “reliquia”, hacer algo de una nada, glorificar un recuerdo, son los múltiples móviles que maniobra un individuo y que lo conducen a la acción, a la realización de una obra que no se sabe todavía “obra de arte”. Ejemplo: “fragmentos de huesos” y “trocitos de tela” han provocado, en el poder y en la impotencia religiosos, la realización de “relicarios” y “patchworks” (2), con la misma economía, la misma riqueza inventiva y parecidos resultados, muchas veces deslumbrantes.

Durante el transcurso del siglo XIX, el ronronear entre las oraciones y las estufas de carbón contribuyó bastante a estas creaciones. Eran pasatiempos que aligeraban los múltiples trabajos en los conventos, las diversas ocupaciones familiares. Dedicarse a Dios, hacer sabe Dios qué cosas en la casa, terminó aportando a los coleccionistas y a ciertos museos (3) unos hermosos testimonios del arte inconsciente.

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Madame Zka vivió, desde los 15 años aproximadamente, apartada del mundo en una piecita muy reservada, blanca, apenas un poco mejor amueblada que si se tratase de una celda.

Parecía ser de un carácter tranquilo y, aparentemente era capaz de vivir en el seno de una familia (la suya propia, se supone que ya no existe) que quisiera hacerse cargo de ella.

Su ventana da sobre un patio flalanqueado por una arboleda, cerca de un bosque. Este no es demasiado grande, pero da la ilusión de campo abierto.

Sin duda de origen polaco, Madame Zka fue cantante lírica, y probablemente también actuó en el teatro y en el music-hall.

Tiene 57 años (1962), es robusta, morocha todavía, de maneras prolijas, un poco torpes. Seguramente fue muy hermosa.

Vivió en Rusia, en Italia, en Egipto, en Rumania, y tal vez en otros países donde sus “giras” y sus cuatro o cinco maridos la condujeron.

No parece feliz ni desgraciada –más bien resignada. Habla poco y con una cierta confusión. Un mínimo de respuestas a las preguntas y la prudencia médica de su entorno inmediato, no hacen sino complicar el misterio que la rodea.

Todo se pone en movimiento para sembrar la confusión respecto de algunos indicios que se creían seguros.

Una débil luz por momentos, una frasecita tomada al azar, consiguen sacudir ese velo irritante, tras el cual se disimulan las múltiples facetas de una vida que no fue del todo tranquila, y cuyo impudor se sospecha bastante sagaz.

Cuando, repentinamente, dice mostrando una de sus muñecas: “Entonces éramos 7…”, con la misma tranquilidad de una alumna segura de sí misma recitando su lección, uno puede maravillarse del poder de evocación que es capaz de despertar el cuerpo de la muñeca.

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La mesa y los cajones de la cómoda están repletos de un inextricable follaje de tejidos de colores.

De uno de los cajones, saca con delicadeza sus muñecos, un gran número de muñecos de todos los tamaños.

Dos cosas se descubren inmediatamente: un extraordinario talento de costurera y un buen lote de muñecos que representan oficiales del antiguo ejército polaco.

La ropa interior siempre blanca, ha sido tratada con la misma meticulosidad. Los cuerpos, tejidos completamente, presentan en su factura la misma habilidad: la nariz, los ojos, la boca, están diseñados con pequeñas puntadas de hilo negro o rojo, las orejas, a veces agregadas o hechas con un repulgue, las uñas de los dedos sugeridas, así como la punta de los senos más o menos en relieve. El ombligo, y, cerca de él habitualmente, la cicatriz de una operación de apendicitis.

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“Estas muñecas, nos aclara, son para todos…”

Sabe lo que dice, y conoce lo que nos muestra.

Y en efecto, esas dos muñecas, las primeras, una especie de enfermera y un títere -–mitad Papá Noël, mitad soldado llevando un fagot–, son absolutamente inocentes (fig.1).

El espectáculo enseguida cambia.

“Este era un marinero muy apuesto…” (fig. 2).

Este personaje vestido en tela blanca, muy grande, uno de los sujetos más grandes que haya hecho (55 cms. de altura) se destaca por la precisión de los detalles de su indumentaria y por su ropa interior: calzado, corbata y pañuelo negros, un ancla negra en la gorra blanca y el forro de la chaqueta. Bragueta precisa, calzoncillo corto.

La cabeza bien trabajada, las orejas hechas con un repulgue, los cabellos de hilo negro, las mejillas rosadas. Desvestido, el cuerpo presenta un sexo erecto, con el frenillo y la punta rosados, bien plantado sobre los testículos. Las nalgas están bordadas con hilo blanco y la punta de las tetillas muy marcada (fig. 3).

Las otras muñecas son acompañadas por comentarios lacónicos.

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“Entonces éramos 7… u 8…”

Se desnudan los dos apuestos lanceros polacos. Bien sexuados, poseen cabezas bordadas en sus espaldas, ombligos y senos suplementarios a cada lado de su sexo, y sobre el mismo, una vez más, el trazado de una cara (figs. 4, 5 y 6).

Una cavidad bajo los testículos contiene uno o dos pequeños personajes negros o rojos, los cuales aparecen como enroscados sobre sí mismos; una vez que se los desprende, presentan una extraña apariencia de fetos diabólicos (cuernos y un inmenso apéndice caudal). Sexos minúsculos y múltiples fibras delicadamente añadidas, ofrecen una impresión vegetal que evoca esos pimpollos de flores que se obligan a madurar antes de tiempo (fig. 7).

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“Entonces éramos doce…”

Este asombroso muñeco, excepcionalmente con cabeza de celuloide, aparece vestido como oficial, disimulando su identidad bajo una capa y una enorme y grotesca máscara negra, con lengua roja y pelos blancos (fig. 8 y 9).

Uno se pone a contar en ese cuerpo de trapo la acumulación de pequeños sexos bien trabajados e hinchados de estopa, especie de erupción fálica, alternados con las marcas rojas de las bocas, de los ojos bordados cerca del sexo y en la base de la espalda. Dos personajes, uno con bigotes negros, el otro una especie de bailarina vestida de tul, se han colocado invertidos entre las piernas (fig. 10).

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“MUÑECA: Pequeña figura humana de cera, cartón, madera, etc. (4).

Ese “etc.”, que deja lugar al celuloide, al cartón, al barro cocido, al metal, a la porcelana, a la paja, al papel, al jersey, al hueso, a la piedra, a la cuerda, al alambre, a la pluma, a las perlas, a los caracoles, a la corteza, deja también lugar a todos los andrajos de Madame Zka.

Y la “pequeña figura humana” que evoca la muñeca juguete, la muñeca actriz, la muñeca fetiche, la muñeca emblema, la muñeca símbolo, la muñeca recuerdo, la muñeca amuleto o talismán, la muñeca maléfica, ¿comprenderá también la “muñeca-lenguaje-secreto”, la “muñeca parlante”, más parlante que las muñecas de la Isla de Pascua? (5).

Esas muñecas ensambladas, cosidas, enredadas, describen escenas tan precisas como pueden ser precisos los recuerdos de un espíritu que un día zozobra.

Recuerdos en los que los viajes se mezclan íntimamente con los amores, en los que, sin embargo, la angustia sexual domina y recorre el cuerpo en su totalidad.

El hilo y las pequeñas puntadas, inscriben en esos vientres de tela la historia de extraños encuentros, cuya trama adivinamos en la paciencia un poco diabólica de estas obras; obras de una dama perdida en su ensoñación obsesiva.

Esta conjunción de trapos, figuras, símbolos del pasado, donde los cuerpos se confunden; esta mezcla de sexos, de hilos de colores, cuyo común denominador es la angustia de los placeres desaparecidos y de los personajes que se querría ver reaparecer; esa profusión de signos eróticos, sus compenetraciones delirantes y delicadas, son los trabajos pacientes y monótonos de los dedos de la memoria de Madame Zka, encerrada en una soledad que se puede creer definitiva.

Traducción: Juan Carlos Otaño.


(*) “Les Doigts de la Mémoire”. Texto publicado en «La Bréche, action surréaliste», publicación dirigida por André Breton, nº 2, Ed. Le Terrain Vague, París, mayo de 1962 (págs. 32-35).

(1) Ella no se llama Madame Zka, y no se encuentra “loca” absolutamente. Es una “erotómana delirante del tipo fantástico paranoide”. No se puede revelar su nombre, porque vive y está internada o más bien hospedada en Francia, en el Establecimiento Nacional de “X”, vaga y prolija denominación que designa lo que antaño se conocía como “casa de locos” y “asilo de alienados”.

(2) Los “Patchworks” son cubiertas hechas con trocitos de tela que se obtienen de ropa y cortinas viejas (muchas veces de algodón impreso) reunidos y cosidos con esmero. Pertenecen (como los “scrapbooks”) al arte popular inglés y norteamericano. Se hacen también en otros países y se han puesto de moda últimamente.

(3) Federico Mares ha titulado inteligentemente “Museo Sentimental” al extraordinario Museo del Arte Popular que tiene en Barcelona (donde se encuentran, entre otras cosas, “collages” de imágenes y cromolitografías).

(4) Pequeño Larousse Ilustrado.

(5) Las “tallas parlantes” de la Isla de Pascua todavía no han sido descifradas